Escribir para transformar,¿Democracia en México?, número 29

El último disparo

Por Javier Cruz Roque

El carro del señor Presidente entrará por la amplia avenida que desemboca en la plaza, lo verás llegar: se bajará y escoltado subirá a la tribuna, desde allí dará un gran discurso a la multitud. Habrá un amplio despliegue de seguridad, agentes de civil por los tejados, encima de la torre y de los edificios. Exterminarás a la figura pública número uno. Cuando lo ejecutes dejarás el fusil donde mismo y tranquilo bajarás las escaleras. A tres cuadras entrarás en el garaje que hay en un sótano, montarás en un auto azul y te irás por la carretera interestatal rumbo a un aeropuerto privado donde aguardarán por ti, exactamente cuarenta y cinco minutos después del disparo.

Ahora ves llegar el carro del señor Presidente, se acerca como una serpiente negra y dobla por la esquina prevista. Lentamente comienzas a emplazar el fusil en el trípode, lo haces de manera minuciosa con los guantes puestos. Halas la palanca de la recámara e introduces una bala. El señor Presidente se baja rodeado por los escoltas; lo sigues en cada movimiento con la cruz de tu mirilla telescópica. Lo ves alzar las manos saludando a la conglomeración. La  gente eufórica lo aclama. Seguramente te pagarán bien por esta misión, pero los que te mandaron ahora están allá, esperando el desarrollo de los acontecimientos. Sabes que tienes el noventa y nueve por ciento para perder, pero ahora estás concentrado, esperando que la víctima llegue al estrado, tome los papeles y comience a hablar. Lo aplaudirán, gritarán pronunciando su nombre porque hablará de las cosas necesarias, todo lo que un ciudadano honesto quiere escuchar. Vuelves a la misma posición, pero esta vez sin apuntar, como si ganaras tiempo. Algunos nubarrones empañan el cielo. El calor comienza a causar efecto y pasas el pañuelo por tu rostro. Los nervios son traicioneros. Apartas el ojo de la mirilla porque dos de los guardaespaldas se ponen en tu campo visual y tardan unos segundos en dejarlo libre a tus ojos. En las azoteas de enfrente los agentes se mueven como puntos invisibles. Es usual que revisen cada rincón de los inmuebles, pero tomaste todas las medidas inimaginables. Y ahora estás ahí, apuntando por una rendija de la ventana de un sexto piso, pero no sabes, ni puedes imaginar que por esa pequeña abertura otro ojo te observa y calibra su mirilla porque nada podrá impedir el discurso del señor Presidente.

Fuente: http://www.canaxa.se

 

 

 

 

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