Desaparición forzada, número 20,Escribir para transformar

La cuota de Roberto

Por Marco Antonio Miranda Álvarez

“Derecho de piso” o “cobro de seguridad por protección”, son los nombres comunes con los cuales se conocen a las cuotas por extorsión: “aquí y en China”, por su significado universal. Dicho que no es exclusivo de nuestro país y más bien es un instrumento generalizado y utilizado por la delincuencia o crimen organizado; que en muchos lugares es con la aprobación y protección de las autoridades en los tres niveles del gobierno incluyendo el ámbito militar. Dependiendo del o de los productos y los montos que estén en juego, será el involucramiento que tengan éstos.

Este es uno de tantos problemas por los que atraviesa la población del estado de Guerrero y en el caso específico de Acapulco. Tan agudizado que ya lo resienten miles de familias, empresarios, comerciantes en todas sus modalidades, pero, sobre todo, los que se mueven en la categoría de economía no necesariamente “informal”: los que pagan impuestos al gobierno municipal y, por otro lado, pagan también a los grupos delincuenciales. Doble carga y no precisamente fiscal.

Esta es la situación que vive y atraviesa Acapulco, los demás municipios, y con toda certeza, los demás Estados. En el caso de los ambulantes ―los que se ponen a vender productos en las esquinas―, hay algunos invisibles a los ojos de los delincuentes. Pero cuando el movimiento de su producto es dinámico, son notados por la delincuencia, en pocos días son visitados y apercibidos de que tienen que “entrarle” y pagar las cuotas para poder vender y ser protegidos, sin que nadie los moleste.

En caso de que un establecimiento se niegue a pagar las cuotas establecidas por el grupo delincuencial, sucede lo inevitable: la muerte del comerciante o del empleado al frente del negocio, la quema o robo de sus pertenencias, o en la mejor situación, por así decirlo, el abandono del lugar a cambio de preservar la vida propia y la de sus familiares.

Roberto es oriundo de la perla tapatía, Guadalajara. De veintiún años, soltero y de complexión robusta, dado que siempre practicó el deporte, sobre todo el fútbol soccer, mide 1.80 m de estatura. De oficio estilista de peinados, no peluquero, como le hacen la broma algunos clientes. Orgulloso de ser “chiva de corazón” como se le oye gritar en los partidos de fútbol, que disfruta con sus amigos en la estética que vino a poner en Acapulco hace tres años, en una de las colonias más populares, denominada La Laja. Siempre con una alegría y entusiasmo que desborda y que lo distingue, la gente acude a solicitar de sus servicios de corte y peinados, alaciados, tintes, entre otros.

Realmente el negocio iba in crescendo, como decía en broma Roberto. Él dice que cuando uno se dedica a un oficio o profesión, si haces un mal trabajo a un cliente, pierdes diez. Por el contrario, trabájale bien a uno y te llegarán diez más. Así era el trabajo de Roberto, pero ignoraba que todo tiene un riesgo o precio. Olvidaba la situación que se vivía en Acapulco y para él todo era “miel sobre hojuelas”. Hasta que conoció a los cobradores, como él les decía. Él decía que esos hijos de la chingada ya habían empezado a fastidiarlo pero que no les iba a dar ni un quinto.

Sus amigos le decían que se calmara y que les diera lo que le pidieran, que se trataba de una simple cuota, además, lo iban a proteger. Roberto no aceptaba dar cincuenta pesos diarios, pues decía que él no necesitaba ninguna protección.

Sin embargo, desde esa visita que le hiciera la delincuencia organizada, nunca más se la iba a quitar de encima, pasaban a diario y le exigían su pago, le decían que se estaba atrasando y que sus jefes no lo tolerarían, le advertían que, si no se ponía al corriente, se lo llevaría la chingada.

La cuota de Roberto-Héctor Mateo
La cuota de Roberto-Héctor Mateo

A Roberto no le quedó otra que ir pagando como podía su “deuda”, ésta ascendía a mil cuatrocientos pesos después de dos meses. Empezó a hacer una tanda, invitando a sus conocidos y eligiendo los dos primeros números de veinte: quinientos pesos cada uno a la semana, es decir, diez mil pesos. Con eso ya estaría salvado y tranquilo, tendría para pagar la renta atrasada y comprar insumos para la estética.

Así pasaron meses y tres años, aunque sabía administrar su dinero, no le permitía ahorrar un poco más para irse a su natal Guadalajara. Cabe mencionar que es conocida la forma de localizar a la gente que seleccionan para pagar las extorsiones, incluso lo hacen delincuentes desde las prisiones con información de los cómplices que andan libres.

Una vez seleccionada la víctima se procede a las visitas y amenazas. Tienen un contador que lleva el control de los establecimientos que se visitan, los que se encuentran activos y los de nueva apertura, así como de sus cobros y cuentas pendientes. Todo esto facilitado desde esas prisiones por las autoridades del penal.

Regresando con Roberto, aunque aún no había ahorrado lo suficiente, tenía la firme decisión de salir de Acapulco por la situación de violencia que empezó a manifestarse a diario: cuerpos desmembrados, decapitados, desaparecidos, entre otros; lo más grave, es que algunos de los cuerpos eran de personas trabajadoras de tortillerías, talleres mecánicos, maestros y estéticas. Eso le empezaba a preocupar, pues no quería ser una víctima más.

Un día llegó una persona distinta a visitarlo a la estética, diciéndole que tenía una deuda de treinta mil pesos y que si al día siguiente no la pagaba, se iba a arrepentir. Él dijo que no había dejado de pagar su cuota, que estaban como operados del cerebro. Roberto cayó hacia atrás cuando fue golpeado en la quijada con un puño cerrado, después de pronunciar esas palabras. Lo amenazaron. Si volvía a hablar de esa forma, se lo llevaría la chingada, el delincuente hizo entonces un ademán de sacar un arma.

Roberto ya no era el de antes; su ayudante, Ricardo, de 18 años, le consolaba y le decía que todo iba a arreglarse, que ya no se preocupara, que quitara esa cara. Él contestaba que no podía quitar esa cara, si así se la dejó esa bestia, toda hinchada. El día del incidente, entre ambos arreglaron el desorden que se había provocado por la situación, pues por quererse sujetar de algo, tiró la repisa donde estaban los artículos de corte e instrumentos de trabajo.

Había ahorrado doce mil pesos hasta ese momento. Trató de pedir prestado el resto del dinero, pero no hubo quién “le hiciera el paro”, como decía él. Quiso hacer una tanda, pero era imposible de un día para otro. Se resignó y decidió que entregaría esa cantidad ahorrada y el resto en treinta días más.

Al siguiente día Roberto estaba nervioso, presentía que algo malo iba a suceder. Decidió avisar a la policía municipal. Ya lo había hecho antes, pero aquella vez sólo obtuvo dos respuestas: la primera, el por qué se involucró con esos delincuentes y la segunda diciéndole que no le iba a pasar nada. En esta ocasión sabía que su negocio y su vida estaban en riesgo y fue a intentar hablar con los policías municipales nuevamente. Uno de los policías le cuestionó quién le quería cobrar cuotas atrasadas y otro le decía que, al no haber cuerpo del delito, nada se podía hacer. Al final le dijeron que luego iban a “echarle un ojo”. Decepcionado y triste se fue a su estética. En el camino pensó en dejar todo y salir hacia su perla tapatía, llevando todo lo que pudiera de máquinas y tijeras.

Llegó a su negocio, abrió la cortina de hierro y la dejó un metro levantada del piso. Acostumbraba verse con su ayudante Ricardo a las diez de la mañana para hacer las labores de limpieza y abrir a las once. Cuando llegó Ricardo, diez minutos después, le comentó lo que había decidido, le dijo que no podía más y le invitó a irse con él. Su ayudante le contestó que tenía otros planes y prefería quedarse, pero prometió que algún día lo iría a visitar.

De repente se escucharon voces y se introdujeron tres sujetos a la estética. El del rostro conocido le preguntó si tenía el dinero. Roberto casi se desmaya, pues esperaba que llegaran pasando las doce del día. Él contestó que aún no, pero que después de las cinco de la tarde pasaran y se los tendría, casi tartamudeando. El cobrador se fue acercando a Roberto y éste se fue hacia atrás, para evitar, quizás, un golpe; le dijo si creía que estaban jugando, mientras sacaba una escuadra 9 mm de su cintura.

Roberto dijo que tenía doce mil pesos por ahora y que más tarde le daría el resto. Fue por el dinero donde lo tenía guardado, lo contó y entregó. Mientras tanto, Ricardo se mantenía de pie, sin hablar y sin movimiento, asustado, como era de esperarse en ese momento.

Cuando el delincuente, ya con el dinero en la mano, volteó y miró a sus cómplices, les dijo: “Ya saben qué hacer”. Se escucharon gritos y disparos, cayeron Roberto y Ricardo. Luego, un río de sangre en el piso. Salieron después de haberles dado el “tiro de gracia” para asegurarse que no iban a ser reconocidos si es que aún estaban vivos. Afuera, nadie se acercó. Una hora más tarde el área se acordonó y llegaron federales, policías municipales, entre otros.

Esto ocurrió aproximadamente en el 2008, cuando empezaron a hacer acto de presencia en el estado de Guerrero, grupos de sicarios como los Beltrán Leyva y sus células. A la fecha continúan activos. Así como las autoridades acaban con unos grupos de la delincuencia organizada, aparecen otros.

     En el caso de los negocios establecidos como tortillerías, talleres mecánicos, estéticas, bares, restaurantes, fondas y tiendas, la gente pide ayuda a las autoridades, pero los gobiernos municipal y estatal hacen caso omiso de ello. Se ha llegado incluso a solicitar negociación de manera pública, con la delincuencia organizada de Acapulco, por iniciativa de la Presidenta de la Asociación de Comerciantes Establecidos en la Costera, “…para regresar la tranquilidad a esa ciudad, ante la incapacidad de las autoridades de los tres niveles de gobierno…”.

 

 

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