Análisis político

Roma: el lenguaje de la subalternidad

Mauro Espínola

Después de leer varias críticas y comentarios sobre Roma, y entender que no tendría oportunidad de verla en pantalla grande, me resigné a verla en Netflix.

En términos formales, el recurso de fotografía en blanco y negro permite al espectador establecer una distancia con la historia. Este formato, junto a los cuadros sencillos y de tomas relativamente largas, hacen que la cinta sea visualmente amena, lo que se agradece pues, por un lado, representa un cambio respecto a lo que domina en el cine mexicano contemporáneo; y por el otro, logra una reconstrucción de la Ciudad de México de principios de los sesenta que me parece realmente buena, pues nos permite situarnos perfectamente en la historia.

En términos ideológicos —porque todo el arte expresa o reproduce una forma de pensar-estar en el mundo—, contra todos los que esperaban la redención del subalterno, a mí me parece que es una cinta muy transparente: no hay otra intención que contar parte de la historia de Cleo (¿Libo?) desde los ojos de Cuarón (¿Pepe?). Cleo no toma su fusil ni asalta al cielo, sino que se presenta tal como subalterna.

Cuarón no es Ken Loach, cuyo cine reivindica abiertamente a los trabajadores y sus luchas siendo un cine claramente crítico, y esperar algo semejante era sencillamente absurdo. Cuarón es un gran narrador, no un cineasta social ni documentalista interesado en transmitir la realidad social o parte de la historia social del país, sin embargo, logra transmitir parcialmente ese estar en el mundo de Cleo y las trabajadoras domésticas por orígenes raciales, de clase y de género. Sin profundizar en el tema, por el contrario presentado como un hecho sin aparente importancia, expresa dicha condición: Cleo, la trabajadora doméstica es mixteca, de origen campesino y mujer. Del otro lado como contraste se encuentra Sofía, la madre rubia, con estudios profesionales, esposa de un médico. Ambas mujeres padecen, pero no del mismo modo ya que cada una tiene recursos diferentes para enfrentar dichos sufrimientos. Por ejemplo me parece súper relevante, contrario a quienes consideran que la subalternidad no habla, que los diálogos con Adela sean en mixteco, pues además de reivindicar su lengua es una manera de reconocerles sus formas de resistencia y por tanto su ser y estar en el mundo, aunque no subviertan el orden de las cosas. Esperarlo, pienso es también una forma de opresión aunque revestida de lenguaje emancipador pues no reconoce en el subalterno un sujeto completo sino sólo a un aprendiz al que hay que redimir o emancipar.

Pese a lo anterior, no me logró conmover como sí lo hizo Gravity, pues no logró transmitirme nada vital, aunque sigo rumiando el final, que me pareció paradójico. Tiene un par de destellos, como su revelación sobre la maternidad que resulta sorprendente en el contexto en que se expresa. También lo es la humanización del Halcón a partir de la narración de su historia de vida sin necesariamente reivindicarlo políticamente.

Además la mención del 10 de junio ayuda, pues sin ser una abierta denuncia tampoco pretende ocultarlo o matizarlo, con lo cual la reacción natural es de rechazo. Es ahí donde el pasado, como se presenta puede resultar de gran valor.

Pienso en el momento en que al ingresar al hospital preguntan si Cleo es derechohabiente, pues resulta sorprendente que hace tan sólo 50 años no fuera necesario serlo para recibir atención médica cuando actualmente hemos sabido de decenas de casos de mujeres en labor de parto a quienes se les niega el servicio. En ese sentido, sin ser la revelación hecha película, sí merece la pena verla, pensarla y discutirla en múltiples planos, y valorarla en su color, en escala de grises.

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