La migración, número 16,Traducir el mundo

Tolstoi, como pensador social

Por Rosa Luxemburgo[1]

Septiembre de 1908

Desde siempre, el novelista más genial de nuestro tiempo ha sido también un infatigable artista y un infatigable pensador social. Las cuestiones fundamentales de la existencia humana, las relaciones entre los hombres, las relaciones sociales preocuparon desde siempre profundamente la sensibilidad más íntima de Tolstoi, y el conjunto de su larga vida y de su obra ha sido al mismo tiempo una incansable reflexión sobre » la verdad » en la existencia humana. Ordinariamente, también se presta la misma búsqueda infatigable de la verdad a otro célebre contemporáneo de Tolstoi, Ibsen. Pero, mientras que en los dramas de Ibsen la gran lucha entre las ideas se expresa de modo grotesco en un teatro de títeres llenos de suficiencia y casi incomprensibles, donde Ibsen el artista cede lamentablemente a la insuficiencia de los esfuerzos de Ibsen el pensador, el pensamiento de Tolstoi nunca perjudica a su genio artístico. En cada una de sus novelas esta tarea del pensador incumbe a alguien que, en el trajín de los personajes desbordantes de vida, juega el papel un poco torpe y un poco ridículo del individuo en busca de la verdad, del razonador perdido en sus sueños, tales como Pedro Bézoukhov en Guerra y Paz, Lévine en Anna Karénine o el príncipe Nekhlioudov en Resurrección. Estos personajes que, constantemente, expresan los pensamientos, las dudas y los problemas propios de Tolstoi, son en general, sobre el plano artístico débil y vagamente descritos, más observadores de la vida que actores de ésta. Pero el poder creativo de Tolstoi es en la vida tan fuerte, que él mismo se encuentra incapaz de manchar sus propias obras, cualquiera que sea la manera en la que, el despreocupado creativo colmado por el cielo, los maltrata. Y cuando con el tiempo Tolstoi el pensador se deja llevar sobre el artista, esto llega, no porque su genio artístico se haya secado, sino porque la gravedad profunda del pensador le exige el silencio. Si, en la última década, Tolstoi, en lugar de sublimes novelas, escribió sólo tratados o ensayos sobre la religión, el arte, la moral, el matrimonio, la educación, la cuestión obrera, desconsolantes sobre el plano artístico, es porque al término de dar vueltas a sus reflexiones, él alcanzó conclusiones que lo hacen considerar su creación artística personal como una futilidad.

Tolstoi
«Tolstoi» Ilustración: Erika M. Macedo

¿Cuáles son estas conclusiones, cuáles son las ideas que el viejo poeta defiende y todavía defenderá hasta su último soplo? En resumen, la óptica de Tolstoi es conocida como renuncia a las condiciones existentes, incluso la renuncia a toda forma de lucha social, en favor de un «verdadero cristianismo». A primera vista, esta orientación espiritual parece reaccionaria. Tolstoi está protegido, sin embargo contra toda sospecha de que el cristianismo que recomienda tenga que ser visto con la fe de la Iglesia oficial establecida, a causa de la excomunión pública cuya iglesia del Estado ortodoxo ruso lo golpeó. Sin embargo hasta la oposición al orden establecido reviste colores reaccionarios cuando ella se cubre de formas místicas. Pero un misticismo cristiano, que execra toda lucha y toda forma de recurso de la violencia y que recomienda la «no represión», parece doblemente sospechoso en un medio social y político como el de la Rusia absolutista. De hecho, la influencia de la doctrina tolstoiana sobre la joven intelligentsia rusa —una influencia además que nunca tuvo un gran alcance y se ejercitó solamente sobre pequeños círculos— se manifiesta a finales de los años ochenta y a principios de los años noventa, es decir en un período de estancamiento de la lucha revolucionaria, por la difusión de una corriente indolente, ética e individualista que habría podido constituir un peligro directo para el movimiento revolucionario, si no se hubiera aislado en el tiempo y en el espacio a una simple peripecia. Y, finalmente, confrontado con el drama de la Revolución Rusa, Tolstoi se vuelve abiertamente contra la Revolución, como ya había tomado posición en sus escritos explícita y abruptamente contra el socialismo y combatido la doctrina marxista como una aberración y una ceguera monstruosa.

Ciertamente, Tolstoi no es y nunca fue un socialdemócrata; él nunca mostró la menor comprensión por la socialdemocracia y el movimiento obrero moderno. Pero es vano abordar un fenómeno espiritual de la envergadura y de la singularidad de Tolstoi con la ayuda de un pobre escolástico rígido y juzgarlo según sus reglas. El rechazo del socialismo como movimiento y sistema teórico puede, según las circunstancias, emanar no de la debilidad, sino de la fuerza de un intelecto; y es justamente el caso de Tolstoi.

Por una parte, creció en la antigua Rusia de Nicolás I y de la servidumbre, en una época donde, en el imperio de los zares, no existía ni movimiento obrero moderno, ni su precondición necesaria económica y social, un poderoso desarrollo capitalista, Tolstoi fue, en su edad madura, testigo del fracaso de los pobres comienzos del movimiento liberal, luego del movimiento revolucionario bajo la forma del terrorismo de «Narodnaya Volya», para conocer casi septuagenario los primeros pasos vigorosos del proletariado industrial y, finalmente, como viejo en la edad avanzada, la Revolución. Así, no es asombroso que, para Tolstoi, el proletariado ruso moderno con su vida espiritual y sus aspiraciones no exista y que, para él, el campesino, y hasta el antiguo campesino ruso profundamente creyente y pasivamente tolerante, que conoce una sola pasión: poseer más tierra, represente definitivamente el tipo mismo, por excelencia, del pueblo.

Pero, por otra parte, Tolstoi, que vivió todas las fases críticas y el conjunto del proceso doloroso del desarrollo del pensamiento público ruso, formó parte de estos espíritus independientes y geniales que han tenido mucho más dolor que las inteligencias medias que se pliegan a formas de pensamientos extranjeros y a sistemas ideológicos constituidos. Para decirlo así, autodidacta de nacimiento —no en cuanto a la educación formal y al conocimiento, sino en cuanto a la reflexión— él debió alcanzar cada una de sus ideas según su propio camino. Y si estas vías aparecen en otros generalmente incomprensibles, y sus resultados extravagantes, el audaz solitario alcanza, sin embargo una amplitud impresionante de miradas.

Así como en todos los espíritus de este temple, la fuerza de Tolstoi y el centro de gravedad de su reflexión no residen en la propaganda positiva, sino en la crítica del orden establecido. Y allí, él alcanza una polivalencia, una exhaustividad y una audacia que recuerda a los viejos clásicos del socialismo utópico, tales como Saint-Simon, Fourier y Owen. No hay ninguna de las instituciones sagradas del orden social establecido que él no haya descortezado despiadadamente y sobre las cuales no haya demostrado su hipocresía, su perversión y su corrupción. La Iglesia y el Estado, la guerra y el militarismo, el matrimonio y la educación, la riqueza y la ociosidad, la degradación física y espiritual de los obreros, la explotación y la opresión de las masas populares, las relaciones entre sexos, el arte y la ciencia en su forma actual —él las somete a una crítica despiadada y devastadora, y eso desde el punto de vista de los intereses comunes y desde el progreso cultural de la gran masa. Si se lee por ejemplo las primeras frases de La cuestión obrera, tenemos la impresión de tener en la mano un folleto de agitación socialista popular:

En todo el mundo, hay más de mil millones, millares de millones de trabajadores. El conjunto de los cereales, de las mercancías del mundo entero, todo de lo que los hombres viven y todo lo que hace a su riqueza, son producto del pueblo trabajador. Sin embargo, no es únicamente el pueblo trabajador, sino el gobierno y los ricos quienes gozan de todo lo que se produce. El pueblo laborioso vive en un desamparo perpetuo, la ignorancia, la esclavitud y el desprecio de todos aquellos a los que viste, alimenta, para el que se sacrifica y a los que sirve. Ésos que lo han despojado de su tierra y la han convertido en su propiedad, a tal grado que el obrero está obligado de hacer todo lo que el terrateniente exige para vivir en sus tierras. No obstante si el trabajador deja el campo y va al taller, cae en la esclavitud de los ricos, en el que deberá cumplir toda su vida 10, 12, 14 horas o más todavía al día por día en un trabajo en el extranjero, monótono y a menudo perjudicial para la vida. Pero, incluso si él consigue instalarse en el país o emigrar para llegar a vivir, no se le deja tranquilo, sino se le reclaman impuestos, el reclutamiento para tres, cinco años de servicio militar, se le obliga a pagar tarifas extraordinarias para el negocio de la guerra. Si él quiere utilizar la tierra sin pagar rentas, hacer huelga o impedir a los esquiroles tomar su sitio o rechazar los impuestos, entonces se envía contra él el ejército que lo hiere, lo mata o lo somete por la fuerza, después como antes, a trabajar y a pagar… Y así es como la mayoría de los hombres viven en todo el mundo, no sólo en Rusia, sino también en Francia, en Alemania, en Inglaterra, en China, en la India, en África, por todas partes.

La agudeza de su crítica del militarismo, del patriotismo, del matrimonio, es apenas sobrepasada por la crítica socialista y se mueve en la misma dirección que ella. La originalidad y la profundidad del análisis social de Tolstoi se revelan, por ejemplo, en la comparación entre su punto de vista y el de Zola sobre el sentido y el valor moral del trabajo. Mientras que este último, con un espíritu verdaderamente pequeño-burgués, pone el trabajo sobre un pedestal, por lo que es considerado por varios socialdemócratas franceses y otros, como un socialista del agua más bella, Tolstoi, en pocas palabras, observa tranquilamente que

El señor Zola dice que el trabajo hace al hombre bueno; yo siempre observé lo contrario: el trabajo como tal, el orgullo de la hormiga de su trabajo, vuelven no sólo a la hormiga, sino también al hombre, crueles… Pero si incluso la diligencia en el trabajo no es un vicio declarado, no puede en ningún caso ser una virtud. El trabajo puede tan poco ser una virtud como la alimentación. El trabajo es una necesidad que, si no satisface, constituye un sufrimiento y no una virtud. Hacer del trabajo una virtud es tan falso como hacer de la alimentación del hombre una dignidad o una virtud. El trabajo no pudo adquirir la significación que le atribuimos en nuestra sociedad más que como reacción a la ociosidad, cuyo carácter distintivo proviene de la aristocracia y que todavía consideramos como un criterio de dignidad entre las clases ricas y poco educadas… El trabajo no sólo no es una virtud, sino que en nuestra sociedad mal organizada, es en gran parte un agente mortífero de la sensibilidad moral.

Esto es a lo que la fórmula de El Capital «la vida del proletariado comienza cuando cesa su trabajo», forma un sobre complemento. La comparación entre ambos juicios de Zola y de Tolstoi sobre el trabajo, revela justamente la relación entre éstos últimos en el dominio del pensamiento como en el de la creación artística: entre un artesano pobre y talentoso y un genio creativo.

Tolstoi critica todo lo que está establecido, declara que todo está destinado a decaer y predice la abolición de la explotación, la obligación general del trabajo, la igualdad económica, la abolición de la coerción en la organización del Estado, así como en las relaciones entre los sexos, la igualdad completa entre los hombres, los sexos, las naciones y la fraternización entre los pueblos. ¿Pero qué vía puede conducirnos a este trastorno radical de la organización social? El retorno de los hombres al solo y simple principio del cristianismo: el amor al prójimo como a sí mismo. Comprobamos que Tolstoi es hasta aquí un idealista puro. Él quiere mediante el renacimiento moral de los hombres la transformación de sus relaciones sociales y el cumplimiento de este renacimiento por la predicación y el ejemplo. Y él no deja de repetir la necesidad y la utilidad de esta «resurrección moral» con una tenacidad, cierta pobreza de medios y un arte semi-ingenuo y semi-astuto de la persuasión, que recuerdan vivamente las formulaciones imperecederas de Fourier concernientes al interés personal del hombre, que él busca bajo las formas más diversas de movilizar para sus planes sociales.

El ideal social de Tolstoi no es otra cosa más que el socialismo. Para aprehender de manera más sorprendente el núcleo social y la profundidad de sus ideas, no debemos dirigirnos a sus tratados sobre las cuestiones económicas y políticas, sino a sus escritos sobre el arte, que cuentan por otra parte entre sus obras menos conocidas en Rusia. El raciocinio que Tolstoi desarrolla brillantemente es el siguiente: el arte —contrariamente a la opinión de todas las escuelas filosóficas y estéticas— no es un lujo destinado a estimular en las almas nobles los sentimientos de belleza, la alegría u otras cosas semejantes, sino es al contrario una forma importante e histórica de la comunicación social de los hombres entre ellos, como el lenguaje. Después de haber soltado este criterio verdaderamente materialista-histórico y una postura rica en piezas de todas las definiciones del arte desde Winckelmann a Kant pasando por Taine, Tolstoi, con la ayuda de éste, ataca al arte contemporáneo y comprueba, dado que no se pone de acuerdo con la realidad en ningún dominio ni en ningún punto de vista, que el arte en su conjunto —excepto unas pequeñas excepciones— es incomprensible a la mayoría de la sociedad, a saber el pueblo trabajador. En lugar de concluir según la opinión común de la barbarie espiritual de la gran masa y de la necesidad de su «elevación» a la comprensión del arte actual, Tolstoi saca de ello la conclusión inversa. Él declara el conjunto del arte existente como «arte falso». Y la pregunta, cómo es necesario que tengamos desde hace siglos un «arte falso» en lugar de uno «verdadero «, es decir popular, lo lleva a otro punto de vista audaz: hubo un verdadero arte en los tiempos muy antiguos cuando el conjunto del pueblo tenía una visión común del mundo —que Tolstoi nombra «religión»— de donde nacieron obras tales como la epopeya de Homero o los Evangelios. Desde que la sociedad se dividió entre una gran masa explotada y una pequeña minoría dominante, el arte sirve sólo para expresar los sentimientos de la minoría rica y ociosa, pero como ésta ha perdido hoy toda visión del mundo, tenemos la degeneración y la decadencia que caracterizan el arte moderno. Según Tolstoi, el «verdadero arte» sólo podrá reemerger, como una forma de expresión de la clase dominante, se vuelve un arte popular, es decir una expresión de la visión común del mundo de la sociedad trabajadora. Y, de un enérgico revés de mano, él expide a los infiernos del «mal arte falso» las obras menores como mayores de las estrellas más conocidas de la música, de la pintura, de la poesía y, para terminar, del conjunto admirable de sus obras personales. «¡El mundo feliz! (…) ¡está en ruinas! ¡Un semidiós lo volcó!»[2] Desde entonces él escribió sólo una última novela —Resurrección— pues valoró solamente respetable escribir cuentos populares simples y cortos, o ensayos «comprensibles para todos».

El punto débil de Tolstoi —la concepción de toda la sociedad de clases como una «aberración», más que como una necesidad histórica que reúne las extremidades de su perspectiva histórica, el comunismo primitivo y el futuro socialista— es evidente. Como todos los idealistas, él cree también en la omnipotencia de la fe y explica toda la organización de clase de la sociedad como el producto simple de una cadena larga de actos puros de violencia. Pero hay una grandeza verdaderamente clásica en la reflexión de Tolstoi sobre el futuro del arte que ve a la vez como la unión del arte, como forma de expresión, a los sentimientos sociales de la humanidad trabajadora y a la práctica de éste; es decir la fusión de la carrera del artista con la vida normal de todo miembro trabajador de la sociedad. Las frases con las cuales Tolstoi fustiga la anormalidad del modo de vida del artista actual que no hace nada más que «vivir su arte» poseen una fuerza lapidaria, y hay allí un radicalismo verdaderamente revolucionario cuando quiebra las esperanzas en una reducción del tiempo de trabajo y una elevación de la educación de las masas, que les proporcionarán una comprensión del arte tal como existe hoy:

De todo lo que dicen con pasión los defensores del arte actual, estoy convencido que ellos mismos no creen en lo que dicen. Ellos saben bien que el arte tal como lo comprenden tiene como condición necesaria la opresión de las masas y que pueden mantenerse sólo por la conservación de esta opresión. Es imperativo que las masas de obreros se agoten del trabajo para que nuestros artistas, escritores, cantantes y pintores alcancen este grado de perfección que les permita proporcionarnos placer… Incluso suponiendo posible esta imposibilidad y que se encuentra un medio de hacer accesible al pueblo este arte tal como lo comprendemos, una consideración se impone que prueba que no puede ser un arte universal: el hecho de que es completamente incomprensible para el pueblo: antes los poetas escribían en latín, y sin embargo las producciones de nuestros poetas hoy son tan poco comprensibles para el pueblo como si hubieran sido escritas en sánscrito.

Se responderá que es la falta de cultura y del desarrollo del pueblo, y que nuestro arte podrá ser comprendido por todos aquellos que hayan gozado de una educación satisfactoria. Es de nuevo una respuesta absurda, porque comprobamos que durante todo el tiempo el arte de las clases superiores siempre fue para ellas sólo un simple pasatiempo, sin que el resto de la humanidad comprenda lo que eso ha sido. Las clases inferiores pueden civilizarse, pero el arte, que desde el inicio no ha sido creado para ellas, les quedará constantemente inaccesible… Para el hombre pensante y sincero, es un hecho incontestable que el arte de las clases superiores nunca podrá hacerse el arte del conjunto de la nación.

El autor de estas palabras es en el alma histórica más socialista y materialista que esos miembros del partido, que, mezclados a la última extravagancia artística, quieren con un celo irreflexivo «educar» a los obreros socialdemócratas en la comprensión del barbouillage decadente de Slevogt o de Hodler.

Es así como Tolstoi, por su fuerza como por sus debilidades, por la mirada profunda y aguda de su crítica, el radicalismo audaz de sus perspectivas como por su fe idealista en el poder de la conciencia subjetiva debe estar colocado entre los grandes utopistas del socialismo. No es su culpa, sino una desgracia histórica que su vida larga se extendieraa del umbral del siglo XIX, la época en que Saint Simón, Fourier y Owen se tienen como precursores del proletariado moderno, hasta los umbrales del siglo XX cuando, solitario, se encuentra sin comprenderlo frente a frente con el joven gigante. Pero, por su parte, la clase obrera revolucionaria madura puede con una sonrisa de connivencia apretar la mano honrada del gran artista y del audaz revolucionario y socialista a pesar de él, autor de estas hermosas palabras:

Cada uno alcanza la verdad según su propia vía, hace falta, sin embargo, que yo diga esto: lo que yo escribo no son solamente palabras, sino lo que vivo, es mi felicidad, y moriré con ella.

Trad. Gerardo Rayo

[1] Artículo aparecido en la « Leipziger Volkszeitung » n ° 209, del 9 de septiembre de 1908. Fuente: «Tolstoi als sozialer Denker», in Gesammelte Werke, Bulevar. 2, S. 246-253; la Primera traducción y la aparición internet: Corriente Comunista Internacional, mayo de 2011. Segunda lectura y compaginación HTML: Smolny, 2011. https://www.marxists.org/francais/luxembur/works/1908/09/tolstoi.htm

[2] Goethe, Faust, 1808 (Nota del traductor al francés), https://www.marxists.org/francais/luxembur/index.htm

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