Por Jaime Jordan
Aquella tarde sangrienta de 1968
se derramó una lagrima del tiempo,
los monstruos magnánimos oprimieron al pueblo con ira:
estudiantes, hombres, mujeres, niños,
fueron acribillados por los integrantes del batallón Olimpia
en el mismo lugar donde cayó Cuauhtémoc.
Nada podrá arrancarnos ese día de la piel,
ni silenciar la implacable permanencia de los gritos.
Nada podrá sanar esta llaga en la memoria,
que lleva cinco décadas sangrando en nuestro espíritu.
Aunque las atrocidades hayan quedado impunes,
aunque las calles estén llenas de cadáveres sin nombre,
aunque nuestra patria siga plagada de sangre y dolor.
Porque las balas no pueden matar los sueños,
y nunca morirá quien vive por la revolución.