Análisis político,Gentrificación, espacio público y desplazamiento, número 22

La ciudad monstruosa

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Juan Carlos Sánchez Fndz.

En 1902, al término de la Segunda Revolución Industrial y en pleno apogeo del Imperio británico, el reconocido escritor estadounidense Jack London residía en Londres. Ante el asombro de sus compañeros, todos de clase acomodada, decidió llevar a cabo un curioso experimento. Se trasladó al este de la ciudad, a los barrios donde la pobreza y la podredumbre campaban a sus anchas, alquiló un cuarto —por si acaso— donde guardar los pocos objetos de valor que llevó consigo, se vistió de harapos y se lanzó a la calle, mezclándose entre la masa anónima de los mendigos durante tres meses, con el objeto de conocer su modo de vida y averiguar el porqué de sus desgracias. Contó sus experiencias en una crónica durísima, The People of the Abyss,[1] donde no sólo relata el modo de vida de la gente sin techo sino que profundiza en cómo la brecha social entre clases se genera y se ensancha. Una suerte de gentrificación a la inversa es parte importante de este proceso. Según Jack London, la historia es como sigue:

            En un principio, las viviendas al este de Londres estaban ocupadas por familias con ingresos medios. Con el aluvión de familias del campo que intentaban ganarse el pan en la ciudad se produjo un alza de los precios. De esta manera, mientras una familia de mediados del siglo XIX podía permitirse vivir en una casa victoriana entera, digamos de dos plantas, las nuevas familias, más pobres, no podían. En su lugar, alquilaban un piso y arrendaban el otro para hacer frente al alquiler de manera conjunta. La siguiente oleada de campesinos, aún más pobres, debían subarrendar las habitaciones de cada piso por separado. Se da aquí la paradoja de que los más pobres pueden permitirse pagar alquileres mayores, gracias al arrendamiento de pisos, habitaciones y, más tarde, incluso camas dentro de una misma habitación. Así, el aumento de los alquileres era sostenido en el tiempo. Las familias de rentas medias, que no podían mantener su anterior nivel de vida con sus ingresos, eran expulsadas de la zona, mientras que las pobres se volvían cada vez más pobres, al tener que dedicar casi todos sus recursos al pago de sus alquileres.

            El proceso de empobrecimiento del este de Londres es bien conocido y había comenzado hacía tiempo. Cualquier historia o catálogo de la arquitectura londinense del periodo georgiano, como por ejemplo el London’s Georgian Houses de Andrew Byrne, mencionará la expansión de Londres hacia el oeste, desde la City of London hacia la City of Westminster, generando un importante proceso especulativo. Los grandes terratenientes de la tierra cedían grandes extensiones de terreno sobre las que los constructores edificaban las nuevas calles y plazas, flanqueadas por hileras de casas, todas iguales y cada vez más exquisitas y caras. La clase pudiente fue, pues, migrando hacia el oeste, mientras que los barrios del este, que antes habían bullido de actividad gracias al puerto de Londres, se empobrecían y gentrificaban paulatinamente. Ha de advertirse que el capitalismo británico permite a los terratenientes conservar la propiedad del suelo, de manera que la compra de una vivienda o lease se efectúa por un espacio de tiempo limitado, habitualmente acotado a 99 años. Cuando el lease expira, el inquilino ya no es dueño de la vivienda y el propietario del edificio puede elegir subir o bajar el precio a futuros compradores.

            Como en el Londres de 1902, el dueño de un apartamento en 2017 no participa de una verdadera propiedad horizontal a la manera hispana. Puede ocurrir que, por ejemplo, una persona sea propietaria de uno o varios apartamentos, pero en modo alguno del edificio donde reside; puede a su vez alquilar los apartamentos, y sus inquilinos son libres de subarrendar las habitaciones. Como puede imaginarse, esto da lugar muchas veces a una economía sumergida, por un lado, y a una inflación de los precios, por otro, ya que el grueso del coste es trasladable a los últimos inquilinos, quienes alquilan las habitaciones. Éstos últimos son a su vez, casi siempre, los más pobres, ya que no pueden permitirse alquilar o comprar apartamentos completos. También como en 1902, cuando los campesinos, acuciados por el hambre y la pobreza, acudían a trabajar en las fábricas de Londres, personas de todo el mundo actual, instigadas por la recesión económica global, se dirigen hacia la capital británica. En 2017 como en 1902, los alquileres suben constantemente porque la presión humana es mayor que la disponibilidad de vivienda, mientras que unos pocos, los muy ricos, pueden permitirse comprar viviendas a precios astronómicos en el centro de la ciudad, y lo hacen, entre otros motivos, por considerar la vivienda londinense un valor refugio ante las fluctuaciones económicas, provocando así un alza en los precios de compra.

            Estando así las cosas, las clases medias de hoy pueden difícilmente vivir en el centro de Londres en posiciones de comodidad, en pisos propios, en una ciudad donde el Duque de Westminster es uno de los principales propietarios[2] y fortunas de todo el mundo adquieren leases en los barrios más céntricos.[3]

Ricos… ¡y pobres!

Paradójicamente, muchas familias con bajos ingresos sí viven en los distritos centrales, ocupando viviendas de protección oficial. Los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial destruyeron parte del tejido residencial de la ciudad, que en muchos casos fue sustituido tras la guerra por grandes bloques de viviendas. Muchos son todavía de titularidad pública y los distritos ofrecen alquileres muy bajos a familias con pocos ingresos. Hoy en día, en algunos barrios céntricos, sucede que los ricos se codean así con los pobres, mientras que las clases medias, justamente las mismas que trabajan en las empresas y comercios existentes en esas zonas, son obligadas a desplazarse a la periferia.

            Está por ver si esta situación perdurará. Una ley reciente del gobierno conservador sobre la que aún existe una cierta incertidumbre, la Housing and Planning Act 2016, podría obligar a los ayuntamientos a vender anualmente una parte de sus viviendas, una vez los actuales residentes las abandonen, para hacer frente a los pagos previstos en la ley. Los más agoreros denuncian que esta ley terminará con el stock de vivienda social en el futuro próximo. Si esto se hace realidad, en el centro de Londres vivirán, únicamente, los ricos.

La ciudad montruosa-tomado de-pensandoelterritorio_com

Conclusión: Prohibido dormir en el banco

En People of the Abyss, Jack London describe cómo familias de mendigos pasaban las noches a la intemperie, en los parques, tratando de dormir sobre los bancos. Los gendarmes, en cumplimiento de una ley aborrecible, les agitaban y expulsaban: estaba prohibido dormir en la calle. Los sin techo, vagaban por las calles encadenando sueños ligeros, incapaces de recuperarse de la dura jornada laboral y cayendo más profundamente en el abismo de su pobreza, al ser imposible recuperar el estado físico y mental mediante el sueño. Cuando las familias se decidían a dormir sobre los bancos de los parques, un miembro de la familia solía estar despierto, ojo avizor ante la llegada de la policía. Hoy en día, los mendigos proliferan por la capital británica y el incremento de su número es ya patente.[4] Por suerte, las leyes son más permisivas y no les estorban sino que tratan de ayudarles.

            No hay recetas mágicas para combatir la gentrificación. Desde la arquitectura, la política y la sociedad pueden aportarse soluciones parciales. Quizá lo importante sea incentivar el debate, a todos los niveles, entre las grandes ciudades; aportar soluciones conjuntas y estudiar los problemas en común, sin distinción de fronteras, con menor inferencia de gobiernos y empresas. Porque la mayoría de la población mundial se concentra ya en las ciudades, y porque esta cifra no hará más que aumentar según avance el siglo XXI.

De momento, las clases medias siguen siendo expulsadas hacia la periferia de Londres, con salarios estancos o subidas salariales moderadas y alquileres al alza, obligados a pagar altos precios por el transporte al centro, donde trabajan. O malviven en pisos compartidos a los que dedican gran parte de sus ganancias. Pero no pueden permitirse dejar de trabajar, hay que andar despierto siempre para no caer en la pobreza. Está prohibido dormir.

[1] Jack London (1903) [2016]. The People of the Abyss. Londres: Hesperus Press.

[2] FlatLiving (2016). Who owns London – The Great Estates. Recuperado de: http://www.flat-living.co.uk/lifestyle/438-who-owns-london-the-great-estates [Consultado el 5 de enero de 2017].

[3] La BBC informó el 21 de marzo de 2016 que el 9,3% de las propiedades de la City of Westminster, el distrito más céntrico de Londres, pertenecía a compañías extranjeras. Smirnova, Olga (2016). “Just who owns what in Central London?”, en BBC News. Recuperado de: http://www.bbc.co.uk/news/business-35757265 [Consultado el 5 de enero de 2017].

[4] El 29 de abril de 2016 el periódico español El Confidencial informaba de que la cifra de sin techo en Reino Unido se había duplicado desde 2010 e incrementado un 30% en tan sólo un año. El 43% de todos ellos vivía en Londres. Maza, Celia (2016). “Mejor un jersey con olor a orina que nada”: la cifra de ‘sin techo’ en Londres se duplica”, en El Confidencial. Recuperado de: http://www.elconfidencial.com/mundo/2016-03-29/sin-techo-reino-unido-doble-cinco-anos_1175166/ [Consultado el 5 de enero de 2017].

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