Martha Flores
Prólogo
En las últimas tres décadas, la zona de Conservación del Centro Histórico de Tlalpan se ha posicionado como un espacio de disputa entre la población local y las autoridades delegacionales que han destruido espacios verdes (10 hectáreas) para otorgar servicios urbanos. Han permitido el cambio de uso de suelo habitacional a comercial en un 30% de sus terrenos, han autorizado la destrucción de algunos edificios históricos al permitir dejar solo las fachadas, han tolerado la llegada de servicios turísticos: restaurantes, bares, etc., sin tener las condiciones adecuadas, todo con el sueño de darle al Centro Histórico una categoría turística colonial, haciendo que su economía se haga cada vez más dependiente del turismo. El Centro Histórico de Tlalpan cuenta con más de 200 edificios catalogados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Instituto Nacional de Bellas Artes desde 1986 con dos perímetros de actuación (A y B), reminiscencia de las grandes huertas por el tamaño de los terrenos (varios de más de una hectárea), calles empedradas, callejones, arquitectura colonial, virreinal y moderna y con su riqueza histórica y tradicional. Tlalpan es el pueblo originario de San Agustín de las Cuevas con cinco barrios que la rodean: San Marcos, El Calvario, Niño Jesús, San Fernando y La Fama.
La delegación de Tlalpan se ubica en el Valle de México, en el sur de la Ciudad de México (CDMX), se localiza en la zona montañosa, es considerado una delegación semirural que tenía 650 000 habitantes en el 2010, la Encuesta Intercensal de 2015 arroja una población de 652 000 distribuidos en 220 colonias.
Este artículo tiene como propósito acercarse al fenómeno de gentrificación y discriminación entre dos sujetos sociales que interactúan y conviven en un mismo territorio de la Ciudad de México: los locales (habitantes que viven en Tlalpan) y los foráneos (autoridades y comerciantes).
La hipótesis que guió el estudio plantea que la falta de respeto de los foráneos con los locales deriva en un malestar social por no generarse redes de convivencia y respeto entre estos dos sectores. Por otra parte la convivencia de grupos diferenciados de población (local, autoridades, comerciantes y turistas) ha generado expresiones visibles de discriminación y ha modificado sustancialmente el tejido social original, impactando de muy diversas maneras las condiciones de vida de la localidad, dando lugar a un fenómeno de gentrificación.
Referencias teóricas
La ciudad no es sólo un espacio físico, sino también un espacio social y es configurado por las prácticas sociales. Así, la transformación de la ciudad no sólo ocurre en lo material o en el ámbito de lo edificado, sino también en los ámbitos simbólicos y culturales. Todos ellos implican relaciones sociales individuales definidas por las relaciones de poder. El espacio social, además de ser construido, es un medio de control, dominación y poder. Aquellos que pueden influir en la distribución espacial de las inversiones (por ejemplo, transporte, comunicaciones, infraestructura física y social) o la distribución territorial de competencias administrativas, políticas y económicas, a menudo obtienen beneficios materiales de la misma. Por consiguiente, es esencial considerar los mediadores y agentes del poder involucrados en el proceso de construcción del espacio, a todo lo cual Lefebvre definió con el concepto de espacio abstracto. Espacio abstracto es el espacio representado por las elites sociales como un entorno homogéneo, determinante y ahistórico, cuyo propósito es facilitar el ejercicio del poder del estado y el libre flujo de capital (McCann, 1999). Se opone al espacio social, puesto que se refiere al espacio jerárquico de los dirigentes políticos, los intereses económicos y los planificadores que desean controlar la organización social mediante la intersección de conocimiento y poder. Por el contrario, el espacio social surge de la práctica cotidiana de la experiencia vivida por todos los miembros de la sociedad, incluidos los gobernantes.[1]
Se menciona que se está generando un fenómeno de gentrificación porque la disputa es por el uso de los espacios en el centro histórico de Tlalpan, el cambio del uso de habitacional a comercial, la destrucción de uno de los parques para construir un estacionamiento subterráneo, destruyendo patrimonio natural y vestigios arqueológicos, consolidando una suerte de segregación espacial mediante la cual el corazón del pueblo originario deja de ser construcción y escenario de las relaciones comunitarias, punto de convergencia patrimonial y espacio de fortalecimiento de toda una serie de estructuras simbólicas y culturales que le daban cohesión a este espacio y a su sociedad, para privilegiar su uso para los turistas, comerciantes y autoridades delegacionales que ahora lo habitan, viven y disfrutan. Esto también se ha traducido en una percepción de la población local de exclusión social y de discriminación.[2]
Proceso de gentrificación. Fuente ICONOCLASISTAS en www.iconoclasistas.net/
En concreto, el proceso de “gentrificación” es el reemplazo de la población local u originaria, en un Centro Histórico, por otros ciudadanos que se les permite modificar toda la vida cotidiana, dándose así una nueva identidad y a una pérdida de la identidad de los habitantes originales. Además, el costo de la propiedad aumenta, provocando que exista el reemplazo mucho más rápido de la población local y todo ello se junta con el tema de la discriminación hacia la población local y se forman nuevos procesos de relación entre los locales y las autoridades. Esta imposición genera nuevos estilos de vida, relacionados con el turismo, por lo que el control es en la parte turística y no en la población en general, dándose un trato discriminatorio en todos los niveles y actividades.[3]
Desencuentro entre habitantes locales y foráneos
En el pueblo originario de San Agustín de las Cuevas, Tlalpan, convergen diferentes culturas y estratos sociales, dándole un carácter multiétnico, multicultural y heterogéneo que socialmente se distribuye en un espacio territorial. Con lo anterior se observa que la situación que se está viviendo en Tlalpan es muy compleja: hay discriminación social de las autoridades hacia los habitantes locales y apertura a los foráneos, es decir, no hay dialogo con los habitantes ni consulta de nada, sino hasta que se les pide ya que no tienen la capacidad de comprender que el corazón de un pueblo no se vende, no se destruye, sino se cuida y se protege para las generaciones futuras. Por lo tanto, no hay desarrollo igualitario para todos los grupos sociales, sino privilegios para algunos cuantos, hay “un diálogo de sordos”, porque cuando la comunidad menciona el cuidado y protección de su patrimonio histórico, natural y cultural los foráneos hablan de construcción y destrucción.
Los espacios históricos sí pueden desarrollarse pero con un Plan Maestro y para lograrlo se deben buscar mecanismos para que no se siga generando gentrificación con nuevas prácticas para evitar la expulsión local: disminución de los costos del predial por conservar un edificio histórico, vivienda con políticas de renta baja en edificios y casas que pueden ser parte del patrimonio local como en las principales plazas cerradas de ciudades de España: Sevilla, Madrid y Córdoba.
[1] Mark Gottdiener, A produção social do espaço urbano. Traduçión de Geraldo Gerson dos Santos, São Paulo, Edusp, 1993, p. 131.
[2] Martha Flores Pacheco y Patricia Guerra Vallejo, “Entre lo local y lo foráneo: gentrificación y discriminación en San Miguel de Allende, Guanajuato”, en prensa, Iconoclasistas, 2016, disponible en: www.iconoclasistas.net/
[3] Idem.