Nidia Angélica Curiel Zárate
El viaje tiene varias lecturas, de acuerdo con cada uno de los tripulantes que marchan a destino desconocido. Partir de la tierra natal y estar con la congoja de la espera, de lo que se verá, vivirá; aunado a la tristeza de dejar a los suyos, o sumergirse en la nada. La tristeza de esos hombres y mujeres, de niños y ancianos con una nostalgia inconveniente, desagradable, en una sociedad donde la felicidad personal es valorada por encima de todo lo demás. La desesperación por la intolerancia de uno mismo y de los otros viajeros; todo ello en esos duros momentos por los que gente extranjera pasó en su marcha a México.
La documentación de las Migraciones Internacionales que resguarda el Archivo General de la Nación (AGN), nos da una panorama general de la larga historia de salir de la tierra donde se nace, donde se instaló una vida y de tajo llegó la necesidad de salir como: asilado político, de guerra, apátrida u otro nombre que resulte responsable de la huida de la tierra natal. Esta documentación aporta, a veces, bosquejos de una vida, da cuenta del nombre verdadero o falso, usado una o varias veces en la tarjeta migratoria. Detalla el origen, oficio, edad, rasgos particulares, lugar de origen y destino en la calle, colonia, ciudad a donde se aposentaría la persona. Existen fotografías que aparecen con diferentes nombres, perdiendo de este modo la silueta fugitiva de la persona. Igual se encuentra el rostro de: actores, productores, granjeros, artesanos, buhoneros, peluqueros, médicos, filósofos, desempleados, parias. Un mundo de rostros exiliados que llegaron a México por diversos motivos.
El material de archivo de Migraciones Internacionales, ofrece un paisaje ajeno, lleno de contrastes, zozobra y tal vez un caos para la nueva vida. Podemos acercarnos a la documentación y revisar que muchos de los migrantes en México llevaban sus historias a cuestas, dejadas en las calles de la ciudad, mirando la vida dentro de lo inerte y captando los nuevos estados anímicos de la comunidad extraña; tal vez observando el escrudiño insólito del mexicano; entrecruzadas las miradas de asombro e incertidumbre y quizá ninguno de los dos lo exteriorizara.
El documento del AGN arroja fragmentos para ser valorados y reconstruidos con el apoyo de la interdisciplina; muestra varios momentos del exilio de bastos países: el embudo del mundo resbalando en un solo sitio. El investigador enfrenta algunas voces atrapadas dentro del silencio, otras afloradas en testimonios escritos, iconográficos, y otras fuentes sueltas que aportan la mirada de un exilio permanente que no tendría más remedio que afanarse al nuevo hogar.
El exilio “de los otros” en México es más un estudio cualitativo, teniendo en cuenta aquellos rescoldos que aún se pueden rescatar de los siglos XIX y XX; lo sustancial de las fuentes impresas, las letras escritas de los inmigrantes; el sabor de sus recetas conjugadas con el sazón mexicano, la siesta común en momentos de sosiego, el hartazgo por la pérdida de la patria y esa esperanza huidiza de retornar algún día. Sin faltar los días aciagos y, uno que otro día de soleadas fiestas.
La palabra extranjero se desmenuza para empatar con ellos; para asomarse a los rostros apenas nítidos y deducir lo que denotan. Husmear en los artículos, artefactos, canciones, poemas, recuerdos intangibles y en lo permanente tangible a fuerza de los hábitos.
En lo cualitativo se hace, con este material y otras fuentes, la reconstrucción e interpretación lo más cercana posible de los diferentes momentos históricos del exilio. Estimamos que este caudal de documento resulta relevante para conocer de cerca algunos de los motivos del exilio en nuestro país, aunque a veces resulte escaso y poco comparable la información que ofrece la cédula del exiliado.
El investigador se encuentra con el extranjero, el extraño en tierra de nativos, arraigados en sus costumbres. ¡Qué etiqueta tan difícil de estimar, aprehender para quien no corresponde a la tierra propia, y para quien lo ve como ese invasor, intruso, e incluso un advenedizo! Algunos ecos de los exiliados hablan de Patria, de tenerla donde nacieron y en México, pero no como pertenencia a una sola, sino como cada escenario con sus propios espacios, íntimas maneras de ser y conducirse. Miles de personas vieron en México su destino, el de las familias completas, la sorpresa de encontrar amigos o no, y obtener una Patria; no como segundona, una alterna que les ofreciera la posibilidad de permanencia segura o la morada eterna. Los recuerdos de más de 60, 70, 75 años de exilio están frescos por el recordatorio oral, en la minoría de los casos. Por guardarlos las generaciones de los hijos que dan cuenta de sus raíces matrias.
Es posible que exiliados encontraron en México una manera de sentirse y vivir como en casa. Y es que muchos mexicanos brindaron la llave de la confianza a los exiliados, con quienes compartieron la mesa y mezclaron así los sabores; entre recuerdos de cocina, mercados, plazas y tradiciones. El aire de familiaridad, de coincidencias, las fiestas y las veladas interminables, a veces con el resultado en pie de igualdad para que muchos exiliados se desenvolvieran con toda frescura y confianza en México.
En algunos casos, la recuperación de “Una Historia” se puede fincar al escuchar los ecos, las charlas de lo anecdótico, rostros risueños o cabizbajos, algunas canciones, poemas, fotografías, cajitas de laca y/o cartón donde se conservan aún los recuerdos del exilio.
Algunos exiliados vivieron una nostalgia constante, una sensación de estar, ser y parecer provisional en muchos aspectos: la inquietud de no poder adquirir un bien material, de no llevar a casa objetos grandes, estorbosos o que no pudieran ser permisibles en los viajes. En ese estado provisional, lo eventual y lo efímero son lo cotidiano. No tener compromisos, no echar raíces de manera consciente, aunque con el paso del tiempo, ello se fuera convirtiendo en el arraigo a un pueblo, a la nación. Las circunstancias lo envolvieron todo, y en pleamares de vivencias se fueron tejiendo las historias de muchos hijos del exilio.
Los sentimientos de los exiliados no se pueden medir, pero se pueden percibir en sus notas escritas, en poemas, cartas, canciones. El exiliado se siente confundido, castigado por esos momentos vividos, pero al mismo tiempo están agradecidos por vivir otra manera; el brincar la muerte, saltar las suertes de la marea, ser golfos en la inmensidad desconocida, cerrando con el telón de fondo un día más.
Soledad, silencio, sonoridad de un exilio y algunos motivos los hallamos en ciertas noticias que envuelven a los datos minuciosos de cada exiliado, cada hombre, mujer, anciano, incluso se ven a algunos niños en brazos, cargados por su padre o tío, y de ahí se teje la historia con la familia a donde llegaron y se acomodaron, quizá a primera visita, luego tal vez la incomodidad de ser “arrimados”, compartiendo los meses lluviosos, la búsqueda del amparo, el refugio cercano, la necesidad para cobijarse a tiempo, en recelo de lo ocurrido, bajo la misma luna, pero agitados por los eventos del destierro.
La documentación da cuenta de años de crisis, de años de guerra, donde la mirada de las mujeres murmurantes, los críos a cuestas se desintegran. El anhelo de que la guerra terminase, aferrarse para proteger sus vidas, el núcleo de la familia, la idea marchita de recobrar su patria. Cuando se tropieza con los apátridas, el giro de la investigación va al socavón de las razones, las causas y los descalabros para llegar a semejante determinación. Unos con oficio conocido, otros con algunas actividades eventuales, dejando en la nube incógnita el destino de hombres y mujeres.
El exilio se transforma a veces en refugio, ese caparazón donde guarnecerse de lo indómito y doloroso camino hacia lo inevitable, convertida en un caleidoscopio de poesía, de cristales con sentimientos de distintos pobladores: almas marchando con sobresalto, cruzando los mares de tanto en tanto y arribando mientras se vislumbraba la cercanía del siguiente descenso.