Por Cristina Lima
Ninguna palabra vale la pena
cuando no haya manos que la toquen
ni oídos que la sueñen.
El mar se lleva todo el lodo
producido por las mentiras
y los ojos cristalinos de quien extraña.
Arremete contra la tiranía de la falsedad
y deja una breve tranquilidad
para los débiles llorosos.
Todo se pierde en la inmensidad
de una promesa idiota y ciega
creída y repetida contra la razón
de quien ama las ilusiones.
El cielo por fin se cayó
y se desintegró en el aire
en el mar
en el olvido
en la esperanza,
sólo queda como arena inmóvil.
Las despedidas siempre son así
palabras absurdas
culpas inventadas
manipulaciones del alma.
No basta con buscar entre la arena
ni esperar los rayos del sol
cuando las estrellas han muerto.