3 de diciembre de 2018
Anatoli Fourcheyt[1]
A manera de preludio podemos decir que en Francia estamos en una situación de ascenso de las luchas: el período de regresiones abierto tras la derrota que significó la reforma de las jubilaciones del gobierno Sarkozy ha sido cerrado gracias a las movilizaciones primero de 2016 (reforma del derecho del trabajo del gobierno de Hollande), luego de 2018 (Reforma del rail y Reforma de la Universidad).
Sin embargo, desde el inicio el gobierno de Emmanuel Macron ha implementado una política de «cilindro compresor» neoliberal, y mientras por un lado multiplica los ataques contra los jóvenes, los asalariados, los desempleados, los precarios, los servicios públicos, por el otro, multiplica los regalos a los más ricos (los casos más emblemáticos son ciertamente la nueva Reforma del Derecho del Trabajo y la supresión del impuesto sobre el patrimonio).
Frente a esto, la respuesta de la clase obrera es contradictoria: por una parte, las principales organizaciones obreras (las centrales sindicales, los partidos reformistas y burocráticos) no organizan una resistencia a la altura de las circunstancias, y hasta desorganizan la lucha dividiendo a los sectores de trabajadores al llamar a huelga en fechas diferentes, separadas unas de otras, incluso hasta al convocar manifestaciones el mismo día, pero separadas. Por otra parte, las resistencias de la clase obrera son reales; a pesar de su esparcimiento, numerosas luchas y huelgas muy duras se desencadenaron estos últimos meses. Tan sólo por citar algunos ejemplos están los asalariados de McDonald’s en Marsella, los trabajadores de los hospitales de Pinel, los de Rouvray, los carteros del 92 en huelga desde hace 8 meses, los trabajadores del hotel de lujo Hyatt, así como huelgas regionales de los ferrocarrileros, los obreros de la fábrica Ford en Burdeos…
En esta situación contradictoria, sin embargo, un chispazo acaba por incendiar la pradera: el aumento de las tarifas sobre la gasolina. Yendo de una movilización del Facebook, el movimiento de los “chalecos amarillos” contra esta nueva tarifa ha desembocado en la cólera generalizada (los chalecos amarillos son un símbolo fundamental pues hacen referencia a una ley que data de unos años, según la cual se obligaba a los automovilistas a comprar este chaleco fluorescente para mejorar la seguridad vial, y que simboliza la acumulación de los pequeños gastos forzados por el gobierno). Desde el 17 de noviembre, esta movilización toma una gran amplitud en el país con numerosos bloqueos de caminos, o al abrir las casetas y permitir el libre peaje, así como manifestaciones masivas con tensiones fuertes y enfrentamientos con la policía.
El movimiento de los chalecos amarillos encierra todas las contradicciones de la sociedad francesa: las reivindicaciones obreras por una repartición más justa de las riquezas bordean a veces reivindicaciones xenófobas. Varios elementos deben ser tomados en cuenta para comprender esta contradicción y elaborar una intervención revolucionaria:
En primer lugar, la mayoría de las personas movilizadas proviene de la clase obrera (muchas de clases populares periféricas o rurales), pero también, una buena parte de los chalecos amarillos proviene de la pequeña burguesía (comerciantes, artesanos, pequeños patrones, campesinos, pequeños propietarios, etcétera), que sufre igualmente las consecuencias de la política macronista que favorece a las multinacionales.
En segundo lugar, el hecho de que este movimiento no provenga del movimiento obrero tradicional (las organizaciones de izquierda o sindicales han sido sobrepasadas por las masas en cólera) ha dejado una ligereza sobre el carácter de esta movilización. La falta de combatividad de las organizaciones de izquierda y su incapacidad para resistir los embates de Macron ha dejado el sitio para que una parte de la derecha y de la extrema derecha también milite en el seno de los chalecos amarillos.
Finalmente, el movimiento de los chalecos amarillos que movilizan centenas de millares de personas expresa muy claramente la combatividad y la disponibilidad a la lucha de la clase obrera. Los chalecos amarillos parecen inquietar verdaderamente al gobierno que no está más en capacidad para mantener el orden establecido a pesar de la fuerte represión que ha desatado. La rebelión popular de los chalecos amarillos tiene un efecto de entrenamiento sobre todos los sectores de la sociedad: esto demuestra que es posible oponerse al gobierno y responder con una relación de fuerza frente a él. Así, la dirección de la CGT (Confederación General del Trabajo, principal sindicato de los trabajadores) se encuentra obligado a escuchar a las bases sindicales para confrontarse con el gobierno. Muestra de ello son las manifestaciones que, en varias ciudades los chalecos amarillos y «chalecos rojos» (sindicalistas) llevaron a cabo de manera conjunta el sábado pasado en varias ciudades; el bloqueo de puertos como Havre y de los 11 depósitos petroleros.
La cólera parece también ganar rápidamente a la juventud: numerosos liceos (nivel medio superior) han sido cerrados por los alumnos en huelga contra la reforma al bachillerato (más de 200 la última semana), huelga que continua y se intensifica a lo largo de esta semana. En las universidades, los alumnos también se han empezado a organizar en asambleas generales tras el anuncio del aumento de los gastos de inscripciones de acceso para estudiantes extranjeros, y probablemente después para todos los alumnos.
El fuego y las barricadas que están frente a nuestros ojos nos hacen pensar que el futuro es una batalla que todavía podemos ganar, que tenemos que ganar: es eso o la debacle.
Traducción: Gerardo Rayo
[1] Militante del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) en Francia.