Por Eugenio Garza
Sigue lloviendo desde octubre,
el viento ruge
en mil voces
rasguñando la ciudad de México.
Una madre espera:
cada mañana cocina para dos
y termina desechando
la mitad del desayuno.
La ropa, la lámpara, la televisión,
el microondas, los libros, la cafetera,
el sillón los cuadros en la pared, las escaleras,
todo sigue intacto desde que se fue;
es raro
borrarse de repente.
A veces
duda si alguna vez nació,
pero los juguetes guardados
casi escondidos en el fondo del clóset
son irrefutables
Los guardó para sus hijos,
para que tus nietos se diviertan cuando venga a visitarte, decía.
El polvo que se acumula en la casa te mantiene vivo no sé por qué
te estoy esperando para que tiendas tu cama y me ayudes a recoger tus discos
y para que me digas qué vas a hacer con esa guitarra vieja que tienes;
era de papá.
Ya tírala, hijo,
o véndela.
Se hace tarde,
el tiempo pasa,
el tiempo…
El tiempo se detuvo aquel octubre
¿Qué hora es?
El tiempo
no pasará
si mi hijo no llega
antes de las doce.