Por Daniela Cimarrón
Y que azote el agua las piedras
y vuelva los caminos polvo
para que las construcciones de
acero inoxidable vayan al fondo del mar
y los niños dejen de soñar con
estructuras metálicas.
Y que caigan los pilares del mundo
y ahorquen a sus impulsores
o mueran ahogados bajo el agua
gris de las tardes lluviosas;
o de las noches violentas.
Porque aquí, el agua pierde vida;
las ilusiones pierden vida
los árboles se van al carajo
como esta puta ciudad.
Aunque los vendedores de bienes raíces
lo oculten detrás de sus caras
operadas y su sonrisa estúpida;
detrás de esa ilusión de la clase media
de vivir en un departamento de lujo
en una calle de lujo, con una esposa de lujo
para demostrar que sí hay vida y que
sí hay futuro porque esta ciudad
es para los que aprenden a perseverar
y no para esos odiosos trabajadores que ganan
el mínimo y siempre quieren más
de lo mínimo indispensable.
Que vuelva la lluvia y el agua
cristalina
lejos del humo y el gris opulento
de las ciudades subdesarrolladas
pésimamente construidas.
Y devuelva
por fin
la sonrisa a los niños.