Análisis político

La educación en la era del neoliberalismo

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Por Angélica Montiel Flores

El artículo que aquí me propongo desarrollar exige, en primer lugar, definir dos conceptos igualmente complejos y controversiales: el de la educación y el de neoliberalismo; mismos que han sido desarrollados, formulados, explicados y utilizados desde muy diversas corrientes de pensamiento y variadas maneras de ver el mundo, mismas que, de igual manera, han estado estrechamente vinculadas con los procesos históricos, económicos y políticos que se han producido dentro de las fronteras de cada país en particular, pero que, sin lugar a dudas, han estado fuertemente condicionados por las exigencias internacionales.[1]

Así pues, vale señalar que en este espacio, entendemos el neoliberalismo como un eslabón más (quizás por ahora, el último) dentro de la monstruosa cadena del capitalismo, una parte de éste o como dijera José Beltrán, catedrático de la Universidad de Valencia, “una expresión, un síntoma […] de la forma de vida de la que procede el capitalismo.”[2]

El neoliberalismo es un proyecto que surge de las bases mismas del liberalismo económico, en el que se privilegia el pensamiento de la privatización, la posesión, la exclusión, la polarización… Es, en resumidas cuentas, y visto desde la teoría económica marxista, “el proyecto de las clases más ricas para recuperar unos espacios de poder político y económico”[3] que ya habían perdido.

Ahora bien, si este pensamiento se traslada al ámbito de la educación, sería muy escueto decir que, en el marco del proyecto  neoliberal, se pretende únicamente privatizar las escuelas públicas, es decir, que éstas pasen de las manos del Estado al de empresas particulares con intereses netamente económico-empresariales. Por el contrario, es de suma importancia señalar que además de la predilección por privatizar las instituciones públicas de educación, éstas, incluso antes de ser cooptadas por empresas particulares, ya han introducido un modelo de educación basado, primordialmente, en la competencia exacerbada. De tal suerte, el modelo educativo se ha ido construyendo sobre la base de una visión del mundo en la que predominan conceptos como el éxito, la superioridad, el crecimiento económico y la individualidad. Por otra parte, se ha privilegiado el pensamiento instrumental, utilitarista, para la aplicación de un conocimiento técnico que responda a los requerimientos de las empresas.

Esta tendencia, a partir de la cual la educación, vista desde todos sus niveles, particularmente desde el superior, deja de ser un factor de cambio o un espacio de colaboración para dar solución a las principales problemáticas y necesidades de la mayoría de la población, comienza a perfilarse desde los años cincuenta del siglo XX, pero no es sino a partir de la década de los 80 cuando queda más claramente definida.

En México, por ejemplo, este modelo educativo, producido en el marco del pensamiento liberal e inscrito en la idea del Estado Benefactor o Estado de Bienestar, cobra fuerza en el periodo presidencial de Manuel Ávila Camacho y tiene como finalidad “formar cuadros profesionales para el desarrollo de una economía moderna en México […] pero matizando sus aspectos de integración social y desatendiéndose en parte de los compromisos sociales con los sectores obrero y campesino”.[4] Así como en México, esta política educativa en la que, vale señalar, se instaló una pedagogía funcionalista[5], se expandió a la gran mayoría de los países latinoamericanos en vías de desarrollo. El sentido de la educación pues, ha sufrido cambios significativos. De acuerdo con Adriana Puiggrós, “el quehacer pedagógico se reduce a la didáctica […] Una didáctica cuya apariencia científica otorgue legalidad a la penetración de la tecnología educativa desarrollada por las multinacionales”[6] y, al mismo tiempo, se abandone toda la reflexión filosófica y crítica a propósito de las condiciones materiales (y de clase) de la gran mayoría de la población.

En este orden de cosas, es de suma importancia señalar que esta política educativa deviene de la intervención de organismos internacionales como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)[7].

Así, cuando estos organismos ordenaron las relaciones económicas entre los países, surgieron “numerosos programas de desarrollo educativo, cultural y social, realizados, financiados o avalados por los organismos internacionales [que] intentaron […] formar los recursos humanos necesarios para el desarrollo capitalista dependiente en el tercer Mundo”.[8]

Vale expresar que las ideas de desarrollo y modernización se colocaron en la agenda internacional (encabezada por los intereses expansionistas e intervencionistas de EEUU) como ejes o principios que debían regir en todos los países del globo. De ahí que se considerara una condición necesaria para alcanzar dichos fines, la ayuda externa y, por lo tanto, la participación de las instancias internacionales ya mencionadas. De tal suerte, “la cooperación internacional surgía como forma de control directo de programas educativos y como vehículo para la penetración ideológica y socioeconómica”.[9]

Sistema educativo
Sistema educativo

La Alianza para el Progreso, que tuvo lugar en Punta del Este, Uruguay, el 17 de agosto de 1961, constituye el primer intento de aplicar las reformas promovidas desde los organismos internacionales. Esta alianza representó lo que podría llamarse un pacto intercontinental, configurado como un proyecto global, a partir del cual quedaba permitida la introducción de recursos externos con el fin de realizar las reformas sociales indispensables para acomodar el escenario propicio al desarrollo capitalista y, lograr así, la formación ideológica-social-técnica de recursos humanos.

Vale señalar que, de acuerdo con Acosta Silva,[10] al final de este periodo de desarrollo estabilizador, y al estar sobre la mesa los criterios de intervención estadounidense, se originó lo que él denomina como la primera ola de expansión institucional de la educación privada.

La segunda ola comienza a partir de la década de los 80[11] con una categórica y decisiva intervención de los organismos internacionales, pero ahora mucho más apabullante y feroz, pues cada vez y con más fuerza aplasta y anula los intereses y el bienestar de las mayorías, para otorgar mayores beneficios y privilegios a las empresas, propiciando con esto una repartición desigual de la riqueza. Asimismo, resulta fundamental hacer hincapié en el hecho de que los intereses nacionales y públicos han quedado sumidos y subordinados a los intereses de las grandes potencias y los grandes y aplastantes poderes internacionales. En el caso particular de la educación, ésta ha pasado de ser un servicio con miras a cambiar las condiciones materiales de las personas (y, en ese sentido, mejorar su calidad de vida), a ser un producto más dentro del mercado.[12]

En otras palabras, la educación superior que se propone con el proyecto neoliberal, ha dejado de presentarse como una vía que responda a los problemas de desarrollo económico y social, y a la satisfacción de las necesidades de las mayorías. Por el contrario, se presenta ahora como un medio a través del cual se da respuesta a las “exigencias tecnocráticas y utilitaristas de los grupos hegemónicos”.[13]

De acuerdo con Guillermo Villaseñor, la instrumentalización de la educación superior se manifiesta en la formación de mano de obra calificada, investigación encaminada al desarrollo tecnológico y aplicativo, vinculación de los alumnos (egresados) con el mercado internacional, la formación axiológica de la comunidad estudiantil, la cual queda reducida a cuatro conceptos fundamentales: el éxito individual, la calidad total, la competencia y la uniformidad; además del proceso creciente de privatización.[14]

Ahora bien, una vez que hemos perfilado, de manera general y sucinta, la forma en que se ha desarrollado el proceso educativo, nos interesa reflexionar, pero sobre todo, hacer una extensa invitación para que se haga frete al proyecto neoliberal, con la idea fundamental de que, a diferencia de lo estipulado internacionalmente, también es posible concebir a la educación, de acuerdo con Paulo Freire, “como práctica de la libertad, al contrario de aquella que es práctica de la dominación, [y que necesariamente] implica la negación del hombre abstracto, aislado, suelto, desligado del mundo.”[15]

Y concluimos con esta cita de Polanyi: “La verdadera crítica que se puede formular a la sociedad de mercado no es que se funde en lo económico –en cierto sentido toda sociedad, cualquier sociedad lo hace–, sino que su economía descanse en el interés personal”.[16]

[1] Aunque estamos fuertemente convencidos de que cada país y cada pueblo tienen particularidades y procesos de desarrollo específicos que los definen, también consideramos que existe una esfera macro, principalmente constituida en el seno del interés económico, dentro de la cual se toman decisiones, mismas que pasan a ser una especie de “ley” que deben adoptar todas las naciones existentes en el mundo.

[2] Carlos Alberto Torres, Educación y neoliberalismo. Ensayos de oposición, prólogo de José Beltrán, México, Editorial Popular, 2003, p. 12.

[3] Carlos Garzón Espinoza, “Neoliberalismo, características y efectos” en Economía crítica y crítica de la economía, 2010. Revista en línea: http://www.economiacritica.net/?p=15 Artículo recuperado el 7 de abril de 2014.

[4] Miguel de la Torre Gamboa, “Educación superior en el siglo XX”, en Diccionario de Historia de la educación en México. (Proyecto CONACYT). Recuperado en la siguiente dirección electrónica: http://biblioweb.tic.unam.mx/diccionario/htm/articulos/sec_8.htm

[5] De acuerdo con Adriana Puiggrós, el origen del funcionalismo pedagógico se encuentra en los postulados de John Dewey, quien concebía a la educación como “el método fundamental del progreso” (Natorp, Dewey, Durkheim, Teoría de la educación y sociedad, introducción y selección de textos Fernando Mateo, Buenos Aires, Centro, Editor de América Latina, 1977).

[6] Adriana Puiggró, Imperialismo y educación en América Latina, México, Editorial Nueva Imagen, 1980, p. 18.

[7] Por supuesto, la intromisión de estas instituciones internacionales dentro de las fronteras de los países en vías de desarrollo, se propició a raíz de préstamos interbancarios, mismos que condicionaron (y condicionan aún) las formas organizativas, las políticas y, en general, todas las decisiones que se toman dentro de cada país en particular.

[8] Ibíd., p. 80.

[9]Ibíd., p. 143.

[10] Adrián Acosta Silva, “La educación superior privada en México”, en Digital Observatory for higher education in Latin America and the Caribbean, IESALC-UNESCO, 2005. En línea: http://unesdoc.unesco.org/images/0014/001404/140425s.pdf

[11] De acuerdo con Guillermo Villaseñor, a partir de esta década es pertinente y correcto hablar del neoliberalismo como un proyecto de desarrollo económico con una orientación política dominante que tiende a ser “universal”.

[12] Algunos autores, entre los que destacan Hugo Aboites, Guillermo Villaseñor, Amparo Ruiz el Castillo, han abordado ampliamente la cuestión de la mercantilización de la educación, misma que viene aparejada a los intentos de privatización de la misma que han tenido lugar en el país.

[13] Amparo Ruiz del Castillo, Crisis, educación y poder en México, México, Plaza y Valdés, 1992, p. 17.

[14] Guillermo Villaseñor García, La función social de la educación superior en México, México, UAM-X, UNAM, Centro de Estudios sobre la Universidad, Universidad Veracruzana, 2003, pp. 29-31.

[15] Paulo Freire, “Pedagogía del oprimido”, en Amparo Ruíz del Castillo, op. cit., p. 30.

[16] Karl Polanyi, La gran transformación, pp. 389-390.

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