A 50 años del 68, número 30,Escribir para transformar

La herida que se abre cada año

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Por Adonai Castañeda

 “El hombre es libre en el momento

 en que desea serlo.”

Voltaire

 

Un año más. Se cumple ya medio siglo desde el día en que un balazo voraz me abrió los ojos y cerró otros tantos. La vida me sonrió, quizá, pero también me maldijo. Soy una pequeña portavoz en esta ola desenfrenada de agonía.

El pueblo se desangra, el torniquete no está bien apretado. El gobierno se ha encargado de abrir la herida una vez más. No lo digo como la estudiante de Historia que corría por ayuda y apoyaba en los mítines en las esquinas, ni la que huía de los monstruos enguantados de blanco.

El desesperanzador aire de represión ya se respiraba años antes.

            Al mismo tiempo que mi grupo salía para formar parte de una huelga —porque no éramos más que estudiantes de apenas un cuatrimestre—, los profesores eran los portavoces de los sentimientos oprimidos. Recuerdo que Federico, quien entonces era mi novio de tres años, me acompañó, (él era de la Facultad de Ingeniería, pero como íbamos en la UNAM nos quedábamos cerquita, relativamente). Él insistía en que mejor nos lo pensáramos dos veces. Ay, mi Fede, tan lleno de corazonadas como siempre.

Caminamos con alrededor de quinientos, sino que eran casi mil. Entre ellos amas de casa, obreros saliendo de las fábricas, niños, otros estudiantes y muchos profesores del IPN, la Ibero e incluso la BUAP. Unas chicas con sus pancartas gritaban al unísono “Arriba la libertad”. Incluso los hombres de voz grave pregonaban por los derechos de los empleados, que eran más de lo que merecía el infame gobierno.

¿Qué fue aquello? Aquella fuerza inmutable con la que el pueblo levantaba la voz contra el gobierno. Era como ver a un conejo enfrentarse a un león. Yo iba decidida, Federico iba a mi lado abriéndome camino entre la multitud. Corrimos en algún momento a la Plaza de las Tres Culturas.

Se veía alrededor cómo el tránsito era poco fluido, y de manera poco lógica, la ciudad se veía desierta. Podría jurar que casi todos se habían unido por la misma causa. Necesitábamos pelear por aquello que nos era arrebatado. El señor presidente chango canijo era una nueva institución autoritaria. Uno llegaba a compararse incluso con países que se regían mediante tal gobierno. Uno anhelaba poder expresarse por completo. Por lo que sé ahora cualquiera puede hacerlo con un Smartphone a la mano y con ideas por decir.

Sin siquiera ser realmente consciente, pregonaba por los derechos de una sociedad a la cual yo no era tan afín, no porque no fuera una persona moral, sino que no sabía qué significaba qué es perderlo todo a manos de una mano invisible, aquella que lo arrebata todo para dárselo al grupito más reducido en el país: la clase alta.

Como una vez manifestó Octavio Paz: “Sin libertad, la democracia es despotismo, sin democracia la libertad es una quimera”, la libertad se había acabado. El pueblo estaba harto, una vez más.

Mis ojos no estaban abiertos, sufría cosas insufribles, padecía males que ni siquiera debían ser llamados así.

Uno, al ver los rostros del pueblo lleno de rigor y de vida, sentía la fuerte oposición contra los grandes (en mayúsculas) que manipulaban a nuestro México. Las banderas ondeaban. Varios universitarios gritaban al unísono. Eran la inocencia encarnada, el no-sufrimiento, los “cegados”.

Arriba de nosotros sobrevolaban un par de helicópteros, aunque no sorprendió a muchos (incluida yo), ya que la zona se volvía poco a poco más vigilada militarmente.

Federico me decía:

– Son diez para las seis, deberíamos ir a tu casa, ya ha sido suficiente, algo ocurrirá aquí. Por favor, Mariana, vámonos por el amor de Dios- me jalaba del suéter que llevaba puesto.

A los minutos sonaron unos chispazos provenientes del edificio en el cual se congregó la gente. Eran unas bengalas rojas. Fue cuando por alguna extraña razón que ni a mis 68 años comprendo, me escurrí de los brazos de Federico y corrí entre los obreros.

            -¡Mariana, corre!- gritó el amor de mi vida cuando unos disparos salieron escupidos del edificio frente a nosotros.

Resbalé y caí junto a tres cadáveres: una madre y sus hijos (una niña y un niño). La pequeña familia parecía unida aún después de los balazos que los habían atravesado sin piedad. Mi mente en realidad de nuevo oía el estruendo eterno de los balazos. Federico me gritaba y veía desesperado mi pierna. Estaba sangrando. Me cargó y corrió a través del cúmulo de gente para llegar al menos a una casita cerca. Se le veía desesperado, gritando por ayuda que no iban a darle. Muchos caían muertos mientras el sol se ponía en un cielo gobernado por un helicóptero vigilante. Las bengalas salían del edificio. Los disparos no cesaban. Me desvanecía.

Una bala atravesó el cráneo del amor de mi vida, apenas y pude gritar. Grité con todas mis fuerzas, ni siquiera me dio tiempo de abrazarlo por última vez. Caímos juntos al lado de varios cadáveres. Él habría querido que corriera por mi vida y que la viviera. Eso hice. Olvidé la herida de bala en mi pierna y corrí como si el mañana me estuviera persiguiendo. Corrí y resbalé con la sangre de mis amigas, amontonadas al lado de un soldado. Un hombre golpeó al soldado con una roca pero enseguida fue asesinado a distancia. Me escondí en un callejón. Corrí y corrí.

Mi Fede estaba en la plaza, muerto irremediablemente.

Oh, padre nuestro que estás en el cielo, santificado…

Salté en una pierna hasta entrar a una casa, donde una familia me escondió. No fueron más de diez minutos, porque los soldados entraban a las casas saqueando y matando a todas las personas. Había sangre y lágrimas en todas partes.

Me llevaron a prisioncitas improvisadas donde pasé días enteros sin comer ni beber. Me soltaron de pura “chiripa”, y eso que fue un soldado dudoso que quizá me había visto guapa y asquerosamente inocente. Huí a mi casa y de ahí no salí para nada hasta bien entrado el 75.

¿Por qué me atreví a decirlo ahora? Porque soy del pueblo, no necesitamos más falsas esperanzas, necesitamos ser nosotros quienes nos gobernemos, necesitamos querernos y apoyarnos frente con frente para lograr sacar adelante el país que tenemos.

¿Qué has hecho tú por tu país? Con aprenderte fechas importantes de míseros libros de Historia no lograrás nada, debes formar parte de ella. Lucha por tus ideales, lucha por lo que es nuestro y nos ha sido arrebatado. Nunca dejes de luchar. Aquel 2 de octubre me abrió los ojos. ¿Qué harás tú ahora?

Te lo digo yo, te lo dice el pueblo.

La sangre sigue emanando, pero la cicatriz no detendrá el rigor de nuestra gente. Tú ahora más que nunca puedes continuar esto, podemos devolver la gloria a nuestro México querido.

 

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