Dictaduras y golpes de Estado, número 23,Escribir para transformar

Maletín negro

FacebooktwitterredditpinterestlinkedinmailFacebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Por Guillermo Digiuni

A mi padre

Era una mañana como cualquier otra. Se escuchaba por ahí el ruido de los niños jugando en el jardín de la urbanización, que tendía a confundirse con el murmullo de los coches que pasaban por la calle más cercana y de vez en cuando el autobús, de ida y de vuelta.

Era una mañana como otra cualquiera, pero lo cierto es que estábamos en Madrid, creo que intentando vivir.

Papá se asoma al balcón y fuma, fuma y fuma, una y otra vez, mientras trata de observar, escuchar, descifrar –sin una sola lágrima en los ojos, pese a los clavos que aprietan sus sienes– dónde diablos estamos.

Se va bien temprano de la casa y camina unos metros hasta la parada del autobús que lo deja cerca del hospital. Vuelve muy tarde, de noche, y prende el televisor, se sienta en el sillón, y fuma, fuma y fuma.

A veces llega como atrapado por la desesperación, entra en la casa y sin reparar en mi presencia, o en la de mi madre, saca un disco de su envoltorio y pone en marcha el tocadiscos. Comienza a sonar un tango, y él se sienta sobre uno de los brazos del sillón y deja caer la cabeza entre las manos. A veces tararea alguna estrofa; otras no, se limita a escuchar. Tiene la mirada perdida y nunca llora. Papá sufre mucho pero no llora.

Mamá está ausente; siempre lo está. No tiene un buen despertar. A veces se queda en la cama hasta tarde, otras se levanta y quiere cumplir con su papel de madre y de esposa, pero creo que es casi mejor cuando se queda en la cama. Siempre está ausente.

Mamá lee de forma intermitente, un libro detrás de otro. Cuando yo le pregunto por qué vivimos tan mal, me dice que es porque no tenemos dinero. Todas las semanas llegan a casa cajas llenas de libros. Ella los acomoda en una estantería y comienza a colocar más libros en el suelo. Papá llega del hospital y trae consigo un montón de tablas de madera. Comienza a serruchar, se escuchan los golpes del martillo: le hace una estantería a mi madre para que coloque sus libros. Cada vez son más, y Papá está llenando la casa de estantes para colocarlos todos. Siempre quedan libros en el suelo.

Mamá está ausente. A veces me despierta por las mañanas, a veces no. Suelo llegar tarde al colegio, estoy muy despeinado y no huelo bien. Tampoco estoy bien vestido. Los demás niños rara vez se meten conmigo. Estoy muy solo. No entiendo sus canciones, pero finalmente las aprendo y las canto como los demás. La señorita me mira como teniéndome lástima. Al menos así logro que me mire de vez en cuando. Mamá habla de vez en cuando con la señorita. Mamá sigue estando ausente, y yo creo que la señorita lo sabe.

No me gusta el fútbol. No sé jugar. Las niñas juegan a la cuerda. Quiero estar con ellas, pero no se puede. Me acerco al partido y me dejan darle una patada a la pelota. Ahora puedo jugar al fútbol. Papá no sabe nada. Se va muy pronto y vuelve muy tarde. A veces, le espero despierto y le escucho llegar. Otras veces me quedo dormido esperándole. Trabaja todos los días. A veces vuelve a casa por las tardes y está muy enojado. Tengo miedo de que me pegue si le digo algo. Cuando me grita me hace daño, pero ya estoy acostumbrado. Llega mi madre. Papá grita. Mamá llora, pero yo sé que ella está fingiendo. Mamá siempre está ausente. Incluso cuando llora.

El maletín negro

A veces estoy solo en casa. Veo la tele. Mamá está en casa, pero está ausente. Lee todo el día. A veces me lleva a unos edificios muy raros y habla con mucha gente que también tiene muchos libros en su casa. Vamos en el autobús y quiero alcanzar la barra donde se agarra la gente mayor. Tengo ganas de saltar y colgarme de la barra, pero no llego. Vamos en el metro y también hay una barra. Tampoco llego. Leo los carteles. Las puertas se abren y entra mucha gente en el vagón, también sale mucha gente. Mi madre me dice que nos tenemos que bajar. Las puertas se abren y vamos por muchos pasillos y subimos un montón de escaleras. Me gustan las escaleras mecánicas. No me gusta subir escaleras. En el metro la gente está muy sola. No me gusta el metro; hace mucho ruido, huele muy mal, y la gente está muy sola.

Vamos a un edificio muy grande que se llama museo; hay muchos cuadros colgados en las paredes. Papá nunca está: trabaja todo el día en el hospital. Yo lo sé porque lo he visto. He estado en el hospital y Papá está muy serio y lleva una bata blanca con su apellido en el bolsillo donde lleva un bolígrafo y unos palitos de madera con forma plana y redondeados en las puntas. Cuando me duele la garganta, Papá me dice que abra la boca, me ilumina con una linterna muy pequeña que sólo llevan los médicos y me aprieta la lengua con uno de esos palitos planos. Casi siempre me duele la garganta. Cuando me duele la garganta Papá me trata bien. No me grita. Se pone muy serio y me aprieta las mandíbulas. Tiene manos muy fuertes, y me mira la garganta. Me molesta el palito plano que me aplasta la lengua. Papá me quiere mucho. Mamá está ausente.

Tengo un amigo que vive en el departamento G, y se llama Gerardo; su padre también se llama Gerardo. Nosotros vivimos en el F pero nadie tiene un nombre que comience con F.

Papá también está solo. Me voy a jugar con Gerardo y con su hermano pequeño, Daniel. Papá se enfada mucho conmigo porque le dejo solo y me voy a jugar con Gerardo y Daniel. Mamá no está, o está ausente. Me gustaría hacerle compañía a Papá, pero escucha tangos, o ve la tele, se pone muy serio y no habla. Sufre mucho, fuma y calla, pero nunca llora.

A veces pregunto por qué no estamos en Argentina, y me dicen que por culpa de los militares. No sé quiénes son los militares, pero a mí me han jodido. Lo sé porque un chico de mi barrio, cuando le rompen algo, dice que le han jodido.

Papá a veces se siente un poco mejor y canta muchos tangos. Canta uno y otro y otro, y hace gestos con las manos, como sosteniendo las palabras. No entiendo lo que dice, pero quiero mucho el tango, porque Papá se siente acompañado con el tango. Canta muy mal, pero a mí me gusta que cante tangos. Papá me quiere. A veces no me duele la garganta, y Papá me trata bien. El tango está guardado en un maletín negro que Papá trajo de Argentina.

A veces pienso que Papá también está guardado en ese maletín negro.

FacebooktwitterredditpinterestlinkedinmailFacebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

También puede gustarte...