Víctor Torres
Cartas, poemas, canciones, cuentos, novelas, ensayos. Por todos estos géneros transita la literatura del subcomandante insurgente Marcos, ex líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y autor de innumerables textos políticos y literarios. ¿Qué es más difícil, ser poeta o guerrillero? Intuyo que Marcos diría “es más agradable ser lector”. Pues, como él mismo ha dicho en diferentes reportajes, la lectura es la fuente de la creatividad literaria.
Desde enero de 1994, el Sup se ha convertido en un reconocido símbolo de los que luchan contra las políticas de exclusión y dominación, desde Chiapas hasta Ushuaia y más. Al mismo tiempo, es considerado un interesante escritor no sólo de los documentos zapatistas, sino de textos literarios que rozan lo fabulesco y lo mitológico. Marcos, como narrador, le da voz a los que eran silenciados, tal como sucedió durante 500 años en nuestro continente. Admirador de Eduardo Galeano y Julio Cortázar, de la poesía de Miguel Hernández y Pablo Neruda, elogiado por Octavio Paz, atacado por la crítica pretenciosa de autores académicos, Marcos deambula por un mundo construido a partir de la cosmovisión maya, los consejos del Viejo Antonio, la denuncia de Durito o las “instrucciones para cambiar el mundo” (lo que él denomina “literatura de montaña”). Marcos ha llegado para reescribir la historia de los indígenas y campesinos, a completar el Popol Vuh y a trascribir el mensaje de los dioses creadores y protectores.
Lo primero que hizo el Sup cuando se internó en la Selva Lacandona fue enseñar a leer y escribir, y él también aprendió a leer y escribir. Tal vez tomó las armas para tomar la palabra. El subcomandante insurgente Marcos escribe para él, para los zapatistas y también para nosotros. Bien podría pensarse su prosa y la sugerencia de su nombre bajo el título de “El evangelio según Marcos”.
Otra literatura
La Red de Solidaridad con Chiapas de Buenos Aires acaba de editar el segundo volumen de Los otros cuentos, relatos del subcomandante Marcos. El primero fue publicado en 2008 y se trata de un trabajo de recopilación y edición que sirvió para la publicación del segundo libro[1]. Ambos títulos contienen un CD en que se pueden escuchar los textos relatados por figuras reconocidas de la música y el arte en general, tales como León Gieco, Daniel Viglietti, Nora Cortiñas, Félix Díaz, Osvaldo Bayer, Silvio Rodríguez, entre otros.
Los textos allí presentados son una “cronopeada” cortazariana. Evocan los valores de las comunidades zapatistas (llamadas caracoles) y subrayan la concepción del mundo nuevo que han venido a construir a partir de historias referidas a personajes como el escarabajo Durito o protagonistas de la lucha rebelde como la comandante Ramona.
En el primer volumen podemos encontrar una curiosa fábula cuya resolución supera el orden tradicional de los relatos de, por ejemplo, Samaniego. Así “La historia del ratoncito y el gatito” (donde los diminutivos hacen un juego infantil cuya inocencia se desarma a partir del nudo) narra un perverso juego parafraseando al famoso dicho “mientras el gato no está los ratones se divierten”. Pero el sentido cobra fuerza en la reflexión final, a modo de moraleja, cuando el narrador hace hincapié en las fronteras (no sólo geográficas y políticas, sino también culturales) que cierran los caminos, la libertad, donde el imperio persigue a los inmigrantes en las zonas limítrofes. Y el relato culmina así: “y para luchar, la nacionalidad es sólo un accidente meramente circunstancial”.[2]
Se dice que el guerrillero nunca se saca el pasamontañas pero a veces pareciera que se la presta a los personajes que ha creado de manera heterogénea y los convierte en superhéroes por la manera de actuar ante cada circunstancia.
Hay, si se quiere, una evolución en el personaje de Durito, una especie de Alonso Quijano (otra importante influencia cervantina denotan sus narraciones), orgulloso y provocador. En el primer volumen, el escarabajo se presenta como un bicho preocupado por el futuro de los zapatistas en la lucha y asegura estar leyendo sobre política para comprender la cuestión. Ya en el segundo libro, su intervención, que aparece en el texto llamado “Durito y una de llaves y puertas”, está consolidada y hasta se atreve a distinguir entre los que buscan el poder de aquellos que pretenden construir otra forma de poder. Es, ya casi, un teórico en política.
El viejo Antonio es otro de los personajes entrañables de su literatura que se repite a lo largo de comunicados, cuentos y discursos. Cuando Marcos está desorientado, triste o con dudas, se acerca al Viejo y éste, como figura paternal, le cuenta historias pasadas para ayudarlo a pensar y comprender el sentido de las cosas. Es un personaje rulfiano. Toda la sabiduría de la comunidad está en la memoria de ese hombre de cuya existencia se duda o, por lo menos, sobrevive como figura legendaria que representa el conocimiento, la paz, los sueños: “sueña que su tierra es libre y que es razón de su gente gobernar y gobernarse…”[3]
La alegoría, la metáfora y el proverbio aparecen como recursos estilísticos que el escritor hereda de los autores del realismo mágico, la filosofía de Pessoa o los propios mitos indígenas que rescata y escucha como un niño. Al mismo tiempo, deja colgando en el aire frases románticas (en el sentido idealista) de las que se sirven otras organizaciones para “continuar” el camino insurgente, autónomo y colectivo. “Para soñar hay que estar bien despiertos”, “Caminamos despacio porque vamos lejos”, “Para todos todo”, entre otras, han quedado en la memoria de muchos seguidores, militantes y caminantes que conocen la palabra zapatista. Cada enunciado del Subcomandante parece convertirse en un emblema, en una parábola bíblica, en una prédica que trasciende los tiempos y las sociedades del continente.
Es innegable que los relatos de Marcos, al margen del discurso y el significado político, sirven para la comunicación y logran un importante efecto en las masas no sólo de México sino para los que ven en el EZLN una guía de construcción popular. Con un cuento, el guerrillero es capaz de hacer entender la complejidad de algunos términos políticos, porque el lenguaje coloquial y sensible hace posible una hermenéutica considerable.
Junto a su compatriota, escritor y periodista Paco Ignacio Taibo II, en 2005 Marcos se publicó Muertos incómodos. Una suerte de novela policial escrita “a cuatro manos” en el que los miedos y las miserias del monte y la ciudad aparecen para crear una crónica de los hechos en torno a la realidad en la que cada uno habita. Los autores se sumergen en sus mundos e hilvanan, al mismo tiempo, dos historias que confluyen y se complementan.
Ignorada por la izquierda tradicional, denostada por la crítica literaria, la novela no pasó a mayores y muchos aseguran que se trató solamente de un discurso “mediático” del guerrillero para seguir presente en la agenda de la prensa. Como sea, el texto no echa por tierra la capacidad del Subcomandante para crear historias originales, ya que se trata de un autor prolífico y cuidadoso tanto en el uso del lenguaje como en virtud de lo que quiere expresar.
El profeta de América Latina
Galeano es el nombre que Marcos elige para mantener viva la presencia del maestro asesinado en mayo del 2014. Hay una reencarnación. No es casualidad la elección porque además se envuelve en la figura del escritor uruguayo con el que han hecho un trabajo de correspondencias durante un tiempo.
El maestro Galeano enseñaba a leer y escribir. Eduardo Galeano, de alguna manera, me enseñó a leer. Descubrí que había otro mundo, muy distinto al que yo creía ver cada vez que corría las cortinas y abría las persianas. El mundo era otro, quizá mucho más difícil. Porque lo que el escritor uruguayo me enseñó, junto a los zapatistas, es nuestro origen, nuestra historia, nuestros triunfos y fracasos: América toda.
Me había dado cuenta de que era un pequeño burgués (“gentilhombre” molierano) o, mejor dicho, que no tenía conciencia de clase y que por tanto desconocía cómo era la sociedad en la que vivía, lo antihumano del sistema. Pero, al mismo tiempo, y creo que lo más importante: me ayudó a mirar. Observé de más cerca lo que me rodeaba y aprendí cómo debía actuar ante las injusticias. A eso yo llamo “El poder de la lectura” o “de los libros” si así lo prefieren.
Primero fue “El fútbol a sol y sombra”. Uno de esos libros que me llevaría a una eventual isla a la que por alguna razón ilógica yo iría a parar. Libro cuya síntesis perfecta del universo futbolístico me enseñó a “jugar por jugar” en el deporte, y a luchar pese a todo en la vida. Por él conocí a Garrincha, el negocio de la FIFA. Aprendí que la pelota es un poema.
Sin serlo, Galeano se convirtió en una suerte de “guía” pero no espiritual —o sí, un poco—, sino más bien, un hombre cuya literatura es capaz de transmitir los sentimientos y pensamientos más vivos de la humanidad. Una persona brillante, comprometida, que hace de las palabras un canto a la vida.
Después vino El libro de los abrazos, Las venas abiertas de América Latina (cuya lectura, paradójicamente, la hice en un colegio católico), Las palabras andantes (recomendado en una carta por el subcomandante Marcos), y así los demás.
Siento que le debo a Galeano, o él logró lo que a cualquier escritor le gustaría lograr (impóngase o no): una cuota de esperanza, y también futuro y pasado. Pretérito, para no repetirlo, y tomar conciencia de nuestra historia (miserias, exclusión, pobreza) y futuro para comprender que hay otro mundo —como dicen los zapatistas— y hay que construirlo.
Por Galeano conocí a Ernesto “Che” Guevara (como hombre literario y personaje de la historia), leí por primera vez el nombre de “Sandino”, comprendí la idea de “revolución” e “independencia”, supe de Onetti y Gelman, la resistencia indígena, vi a Obdulio llevarse el entusiasmo brasilero (historia que recuperó tan bien su amigo Soriano). Con Galeano se despertaron mis pensamientos más profundos que yo no sabía que tenía, me describió una realidad que yo creía ajena, me condujo a la posibilidad de saber que se puede transformar esa realidad que se empeña en hacernos “nadie”.
El difícil encasillar al autor de “Los hijos de los días” en algún género literario en particular, lo mismo ocurre con el Subcomandante. Abundan las crónicas, el relato breve, la prosa poética. Creo que en estas categorías (muchas veces rebuscadas y tan abstractas) se puede llegar a definir un poco (aunque no sea necesario) el trabajo literario de don Eduardo desarrollado a lo largo de su vida. Ha escrito novelas, historietas, artículos de opinión. En fin, muchísimas maneras —sutiles y singulares, al mismo tiempo— que supieron narrar con precisión los decires del mundo, los personajes con voz que se presentan en los cuentos y se paran ante la historia.
Galeano escribe para contarle al universo cómo es el universo. Es un profeta que vino para desentrañar por escrito la pesadilla en la que ha estado sometido un continente. Galeano y los zapatistas parecen retroalimentarse.
La atracción que ha generado el guerrillero trasciende las montañas del sureste mexicano. Tiene rostro, tiene voz, tiene palabras y un mundo —real y literario— por construir día a día. La literatura del Subcomandante Insurgente Marcos recupera las leyendas asturianas, el planeta Macondo, inyecta las venas de América Latina y se inscribe en la historia del continente como uno de los escritores más influyentes de nuestro tiempo.
[1] Dice en la contratapa: “El dinero recaudado con este libro-cd será destinado a las Juntas de Buen Gobierno de las Comunidades Autónomas Rebeldes Zapatistas”.
[2] Subcomandante Marcos, Los otros cuentos, Red, Buenos Aires, 2008, p. 51.
[3] Idem, p. 17.