Por Angélica Montiel Flores
El noble se convirtió en monstruo.
Sus ojos se llenaron de rabia y de fuego.
Ardían como nunca.
Quemaban. Dolían.
Arrasaron con todo lo bello.
Sólo dejaron dolor.
Uno muy fuerte y profundo.
Como de un mazo golpeando con cada recuerdo, con cada memoria.
¡Ah! El noble dejó salir su bestia.
Sus rencores, su ira.
Quedó entonces un hombre irreconocible, impensable…