A 50 años del 68, número 30,Escribir para transformar

Si muriera antes de despertar

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Por Mabel Bello

Estaba concentrada en la lectura y la estridencia del timbre la sorprendió, pensó: “el chico del altillo otra vez olvidó la llave”. Sintió los pasos de la encargada de la pensión, iba rezongando bajito; tener que bajar la antigua escalera de mármol cada vez que alguien olvidaba la llave no era muy grato para ella.

La escuchó hablar, parecía que buscaban a alguien, raro a esa hora, en la pensión nunca autorizaban visitas.

Continuó la lectura, debía preparar la clase de mañana. Tomó unos tragos del café que ya se enfriaba. Esa habitación de techos altos, como todos los cuartos de pensión en esas casas antiguas, era fría, no se permitían estufas y había que recurrir a una manta sobre las piernas para soportar el frió del invierno que se iniciaba.

Los visitantes y la dueña subieron conversando en un tono muy poco amable. La señora la llamó. Ella dejó la manta sobre la cama, se aproximó a la puerta y abrió.

Ante aparecieron dos hombres desconocidos. —Los señores te buscan— dijo la dueña un poco molesta. Luego agregó —sé breve, ya sabes que no me gustan las visitas—y se alejó.

Ella sólo preguntó: — ¿qué desean? —y como respuesta obtuvo un “Tiene que acompañarnos”

  • ¿Para qué? —inquirió.

Sin mediar palabras uno de los hombres la tomó de un brazo.

Ella dijo —Voy por mis cosas.

Entró, buscó documentos, dinero, su abrigo; quiso guardar los libros y la tomaron de un brazo, parecían tener prisa.

Pensó: “debe ser un procedimiento de rutina”, recuerda que ha escuchado que es lo que están haciendo.

Dejó la luz encendida y la puerta abierta, así, la dueña de la pensión repararía que se había ido con ellos

La hicieron subir al vehículo sin mediar palabras. Mientras transitaban las calles de la ciudad ella se mantenía impasible.

Ella era una persona que trabajaba convencida de sus ideales y luchaba por ellos, sabía que expresar sus ideas era constitucionalmente legal, sentía la seguridad de que nunca había actuado fuera de la ley.

Sin embargo, cuando un gobierno militar se hace dueño de un país, es sabido que su primer enemigo son las ideas. Por eso, aunque ella estaba convencida de que de nada la podían acusar, el sólo hecho de no pensar como ellos la convertía en un enemigo peligroso. Pese a todo se mantuvo serena.

Descendieron del auto, ella caminó con dignidad, levantó un poco el mentón, mantuvo su entereza fervorosa y su gesto impasible.

Sabía que no podía demostrar miedo, eso la haría débil ante el enemigo, eso esperaban ellos, su temor, esto lo hacían para amedrentarla, por tener otros ideales. Las preguntas fueron las de rigor, pero quien nunca estuvo en una comisaría detenido no conoce el sistema, no conoce la distribución, desconoce todo, no sabe si el procedimiento es normal, de rutina o no.

Pasaron las horas en una celducha pequeña, el tiempo transcurrió y la joven perdió el control del tiempo, imposible controlarlo, los movimientos eran irregulares, la luz siempre la misma. Llega un momento que es difícil saber si es de día o es de noche.

El sueño la venció.  Se despertó sobresaltada al oír los gritos de dolor, alguien gritaba y era un grito desgarrador. Se puso de pie, sabía que había otros en celdas como la de ella y preguntó: — ¿Qué pasa?— Una voz casi al final del pasillo ordenó: — ¡Calla niña, calla! Es nuestro amigo que fue llevado a declarar—La voz parecía corresponder a un hombre mayor. — ¿Quién eres?— dijo ella—. Mejor para ti es no saber quién soy y yo no quiero saber quién eres tú, porque cuando te pidan nombres repetirás lo último que oíste y creerán que nos conocemos.

Esta conversación y los gritos la inquietaron, horas después los vio pasar, lo traían casi a rastras, inconsciente, sin la capucha.  Pudo ver su rostro marcado por los golpes, un castigo violento.

Se sintió confundida, ella nada tenia para declarar, pensaba en un procedimiento de rutina, amedrentarla ¿por qué?, tal vez porque era uno más de los tantos jóvenes impregnados de ideales, que sueñan con un país mejor, un país más justo.

Las horas pasaban, los gritos de dolor continuaban, puertas que se abrían, se cerraban, pasos en los pasillos, hasta que el sueño la venció. Cuando vinieron a buscarla ya no sabía cuánto tiempo había pasado.

 

Sintió la puerta de su celda abrirse y allí estaban dos hombres desconocidos. Se la llevaron por la fuerza. “¿A dónde? ¿a declarar? ¿a liberarla?”  Se llenó de dudas, pero la venda en los ojos y algo sobre su cabeza fueron la respuesta adivinada.

La venda le apretaba hondo los ojos. Sentía que le faltaba el aire. Cuando al fin le quitaron la capucha una voz autoritaria le exigió: —¡Vas a hablar!— Ella se mantuvo impasible, sus músculos se contrajeron, y de pronto vino el primer golpe, inesperado, fuerte sobre su espalda, y de nuevo — ¿Vas a hablar comunista de porquería?— El golpe la sorprendió y dejó escapar un grito. Uno y otro golpe. Más gritos. “No grites, imbécil, que se oye” Golpes, gritos, golpes, gritos… Escuchó un chorro de agua, por su mente pasaron historias: “el submarino, la picana…”  Los golpes seguían.

La empujaron y tropezó con una silla, en  la que la amarraron con las manos atrás y los pies pegados a las patas.— ¡No te movás! —Le ordenaron. Luego la dejaron y poco a poco el cansancio la fue venciendo. El cuerpo le hormigueaba, — ¡No te movás carajo, no te movás! — Le exigieron.

Luego vinieron las preguntas: ¿Vos sós de esos que andan diciendo que en nuestro país hay régimen despótico? ¿Pertenecés a ese grupito que se cree que va a hacer una revolución como en Cuba?

Los hombres querían saber cómo funcionaba el movimiento, quién era el cabecilla, querían nombres. Cosas que ella desconoce y que si conociera tampoco diría, porque la lealtad es un valor muy bien aprendido.

Ella niega y por respuesta recibe nuevos golpes. Los escucha hablar de picana, de submarino, de otros métodos, de que si me dejan yo la hago hablar y siguen los golpes.

Piensa que esto no puede durar eternamente, que tiene que resistir.

Imposible saber cuánto tiempo pasó. Se despierta en la celda, la venda en los ojos ya no esta, el dolor de los golpes le hace saber que no fue un sueño, tose y la voz del fondo dice: — ¿Estas bien niña, confesaste?

Ella responde: —Nada tengo que decir y para que sepas no delataría a nadie,

—Tranquila niña, estás entre amigos, es difícil resistir— asevera la voz.

Y la historia se repite una y otra vez, día tras día, vencida en ese rincón que tiene por cama, piensa, recuerda su infancia, su familia, la casa y aquella novela que alguien leía, no puede recordar quién, pero recuerda el título: “Si muriera antes de despertar” y la niña en la tapa, y la pregunta “¿por qué una niña quiere morir? Está secuestrada por un maniático y la pasa tan mal que desea morir antes de despertar”.

Las palabras le resuenan en su mente “Si muriera antes de despertar”.

Esa sería la única forma de no volver a ser interrogada, la única forma de evadirse, morir antes de despertar.

 

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