Por Rodolfo Barrientos Acosta
Soledad, confiada y triste,
has amado al falso mártir;
fácil ha venido Anselmo
y José murió en olvido.
Y te debo hablar ahora,
Soledad, querida amiga,
recordarte a aquel José
perdido siempre en lucha.
Soledad, confiada y triste,
qué fue lo que te cegó
los hermosos ojos grises;
con eso se ha ido todo.
Soledad, sufriste tanto
al ser fiel a tu batalla;
hace tanto que pasaron
por tus piernas las esvásticas.
Yo no vengo de tus tierras,
ni en tu tiempo habito, dama;
recordar necesitamos
la audacia de tu coraje.
Ojalá respiren otros
que en ti cavilando sigan
y en el valor de tus hechos
que han de inspirar la paz.
No te culpo, Soledad,
de haber fenecido así,
pues así fue Basoalto
y tu querido Ernesto.
Sin nombrar también a Gossens;
y, en fin, tan sólo quedaron
quienes para ellos mismos
tan sólo fueron las luchas.
Quién sabe dónde reposas
con el hijo entre tus muslos,
torturada sin honor
por el padre de tu niño.
No permite la razón
perdonar al cruel Anselmo
pues tres ves homicida:
tú, tu retoño y tus sueños.
Soledad, regresa aquí,
que renazca aquel tu pecho,
que se escuche aquí tu voz,
que sea eco de la paz.