Por Andrés Felipe Borrero (Colombia)
“Si permites que se desvíe el arroyo Bruno estás permitiendo que en medos de unos segundos o en pocos minutos mueran más niños producto de la sed y hambruna en mi pueblo Wayuu. Si permites que se desvíe el arroyo Bruno acabas con los sueños milenarios que reposan en medio de nuestro bosque seco tropical”
Jazzmin, indígena Wayuu
En la Guajira una mujer de piel india
se levanta en su ranchería
abre de par en par las ventanas de su casa buscando su sangre
que ha dejado de correr en las arterías de la tierra.
Esa mujer tiene tres hijos y a su vez es hija de la luna,
camina trescientos mil kilómetros por la arteria seca
buscando un poco de sangre,
justo ahí
donde antes la hubo toda para llenar los campos de ganado y niños.
Mientras camina la mujer teje con sus pasos el relato que continúa
sobre la tierra, el cielo y la piel.
Esa mujer camina bajo el sol
con su rostro pintado de tierra negra
y mientras camina lleva en su pecho a sus hijos e hijas
a su madre en la tierra y sus tíos por parte de madre.
La mujer de piel india y tierra negra
apresura su paso pese a que el sol y empresa quieren secar el último arroyo
a trescientos mil kilómetros,
ella corre y por momentos vuela,
porque ella es madre de todos y cuando regrese a casa tal vez haya uno menos.
Trescientos mil kilómetros después
el arroyito con nombre de hermano, hijo, tío o abuelo
es apenas un charco verde cuna de moscas y bacterias…
La mujer se engaña y busca en el cielo vida
en la tierra vida,
en su cántaro vida,
la madre de todos empieza a llorar por culpa de hombres
que han hecho desiertos.
De su piel india resbalan las lágrimas,
su gemido un lamento que se siente en el mar
y es arrastrado a un poeta en Bogotá por la brisa.
en la Guajira una mujer de piel india llora durante poco,
limpia sus lágrimas con el manto que lleva puesto
con la energía de todas sus madres y hermanas
recoge con su cántaro la huella del progreso,
se pone en marcha recogiendo sus trescientos mil kilómetros
no lleva buenas noticias,
pero sigue llevando su pueblo.
Apenas llegue a su ranchería danzará la yonna
espantará a los hombres máquina
cerrará los ojos
y al otro día despertará con el murmullo de sus tres hijos
que le dicen que hoy no es necesario caminar tanto
anoche el cielo volvió a llorar.