I.J. Hernández
(Tenerife, España)

Cuentan las crónicas de alcantarilla
que en el centro de la Tierra
habitan caníbales de voces femeninas,
residuos
de un tiempo anterior a la luz.
En el solsticio de la malquerencia
practican
un ritual ancestral
posterior al horror.
Leamos:
reptan hasta la superficie,
raptan mujeres,
rezan.
Les dicen todo irá bien,
pero todo el mundo sabe
que en el inframundo
las promesas son inmundas.
En el alma de las placas tectónicas
a cuatro patas las ponen
y tiembla la Tierra.
A pares,
vestidas de negro inflamable,
paren amorfas criaturitas de Hades.
Ellas
leen a oscuras
a Cecilia Böhl,
a Colette,
a Catherine Albert.
A Mary MacLane,
a Magda Donato,
a María Teresa León.
Hay un hálito de esperanza.
Les dicen que un sapo les comerá la boca,
y la luz renacerá
de entre las caries.
Pintan sus labios con falos,
radiografían sus oquedades,
exprimen sus pechos salvadores
que alimentan el mundo.
Votarás al prójimo como a ti misma
si gritas que aún no tienes voz.
Para vivir
hay que comer, beber, dormir, follar.
Todo cabe en tus senos.
Mujer,
eres Dios
y nosotros ángeles caídos.