Mis amigos y mi familia siempre me preguntan si no me da miedo vivir en el DF. “Está muy contaminado, hija”. “Me estresa el metro y tanta gente, no sé cómo puedes vivir ahí». “Los chilangos son groseros y siempre están corriendo”. “Me da mucho miedo México, asaltan en cada esquina”; y demás comentarios –algunos más groseros– de los que no hablaré aquí.
La respuesta es siempre no. Lo que prosigue es una mirada de incredulidad y el comentario de cómo soy muy valiente al atreverme a vivir sola y lejos de mi familia, “cómo la dejaste irse Fidelia, es sólo una niña”. Yo sonrío, digo gracias y cambio el tema de conversación.
La verdad no la digo, no la decimos nunca. En mi pueblo TODO se sabe y nadie dice nada. Es momento de hablar, ya fue suficiente el tener miedo y ser apático. Yo ya me cansé. La triste realidad es que me produce mayor aprensión ir veinte días a mi ciudad natal que caminar a las ocho de la noche rumbo a mi casa en el DF. Yo no he olvidado las balaceras en Plaza Las Américas hace un par de años, en Xalapa, en el tráfico de la calle principal del pueblo, enfrente de la escuela; en todos lados. Los colgados, los cuerpos de los ejecutados, las camionetas polarizadas dando vueltas por las calles, que hayan levantado a mi vecina hace un par de semanas mientras desayunaba; y sobre todo la cara de aflicción de Emmanuel, su joven marido, al decirme que no caminara sola.
La indiferencia con la que hablamos de la violencia es tan normal que es considerado un tema perfectamente aceptable de conversación entre sujetos civilizados ¿Por qué no nos indigna, aterra, asquea, enoja? ¿Por qué hablamos del policía, de la mujer, del hombre, del periodista, del humano asesinado del día y naturalmente cambiamos de tema al clima o a los deportes? ¿Por qué lo permitimos? ¿Acaso no son hijas, esposos, hermanos? Cuánto ha dejado de importarnos la vida humana, que llanamente se transforma en una nota, un número, una historia más en las noticias que olvidaremos al día siguiente.
“Así está en todos lados”, es la frase favorita del veracruzano; le damos la vuelta al periódico, ponemos cara de resignación y seguimos con nuestro día. Yo la he usado y creo que cada jarocho que conozco lo ha hecho. Me repugna el sólo escribirla. La decimos durante la comida, hablando con la tía, con los amigos, por las liquidaciones de la Refinería Lázaro Cárdenas y el complejo Pajaritos, sobre el estado de las calles, sobre la última gasolinera del hijo de los caciques locales, sobre los mil puentes del ex gobernador Fidel Herrera, platicando de la economía, de la inseguridad, del último desaparecido, del último extorsionado, del más reciente degollado, de todo.
No es así en todos lados y, si lo es, no debería de ser. No deberíamos hablar con una resignación cargada de indiferencia y apatía. No debería importarnos tan poco que nuestras palabras y acciones rayen en lo cínico. ¿De qué estamos hechos? ¿Acaso seguimos siendo civilizados, (post)modernos, humanos? ¿Por qué no nos indigna de verdad? Ya no sentimos, ya no pensamos, ya no nos importa y eso me aterroriza.
Nos encanta la vida cómoda –a todos, por supuesto– pero nuestro nivel de indiferencia es prácticamente patológico, demencial. Vivimos en un permanente síndrome de Estocolmo, donde nos sentimos agradecidos si le pasa al vecino, al maestro, al abogado, y “de seguro don Panchito se lo buscó, andaba diciendo cosas que no debía”, Estamos convencidos de que la violencia es normal, así es en todos lados y evidentemente el centro del país es más violento. “Mira cómo matan periodistas y activistas veracruzanos en la capital. Ya te había dicho que el DF es violento ¿Por qué vives ahí, Laura? Mejor regresa a casa”.
Los eventos recientes nos han puesto en la lupa una vez más –o debería decir no tan recientes– mataron a cuatro mujeres y un periodista… otra vez. El gobernador Duarte de Ocha es reconocido nacionalmente como uno de los políticos más corruptos, pero eso ya se te olvidó, ¿verdad? En Veracruz pasa todos los días, matan policías, militares, taxistas, doctores, hijos, hermanas, esposos, compadres, personas. A don Juan, a la maestra de la escuela Primero de Mayo, a María quién estudiaba conmigo la secundaria, al pediatra más famoso del pueblo, al papá de mi mejor amiga y a la mujer, hombre y niño que mañana no aparecerán en el periódico.
Todos tenemos miedo. Decir la incómoda verdad es prácticamente sentencia de muerte, aquella de la que todos sabemos pero nunca hablamos: quién es nuestro gobernador, quién es el más reciente ex gobernador, la diputada local, el presidente municipal, el jefe de la policía, el negocio del padre de mi vecino Héctor y demás. Se suele decir que los acontecimientos no te importan hasta que te pasa, pero qué vil mentira ha resultado ser. No creo que exista una sola persona en el Sur del estado –vaya, en todo el estado– que no haya tenido una experiencia de primera mano o conozca a alguien que haya sufrido de extorsión, secuestro, asesinato en la familia, asalto o algún contacto no deseado con bandas delictivas. Ya se te olvidó, al igual que a mi familia. Eso fue hace mucho ¿Verdad? Ni modo, lo importante es que tenemos salud.
Pero en Veracruz no pasa nada, Veracruz seguro. “Cállate no digas esas cosas y si te subes a un taxi procura no tenga radio porque son halcones y me mandas un mensaje con el número”. Viva el carnaval, los jarochos, la playa, los dos únicos bares de moda y estudiar ingeniería Química para quedarme con la planta en PEMEX o que me compren una, total, ya todos sabemos cuánto cuestan y a quién las vende, pero apúrate porque ya casi se acaban.
Me duele al punto de las lágrimas la apatía de los veracruzanos pero al final del día es útil, pues la indiferencia se vuelve aquello que te mantiene a salvo, aparentemente. No debería escribir esto, mientras lo hago dudo más y más ponerlo en internet. ¿Qué pasa si hago enojar a las personas equivocadas?, ¿Qué clase de estado, país, es éste donde temo decir lo que pienso? No me atrevo a poner mi nombre, es peligroso. Digo verdades incomodas, pensamientos prohibidos, opiniones susurradas. Tengo familia en quién pensar, una madre que probablemente se indignará de que haya escrito aquello que siempre me insiste en callar. Tengo un rostro, un nombre, amigos, esperanzas, recuerdos y –ojalá– un futuro. Soy amada por alguien. Soy hija de alguien.
Llámenlo como prefieran: conciencia, deber moral, hartazgo o el simple arrebato de emoción. Es necesario ser valientes. En Veracruz la situación no es normal y no lo ha sido durante muchos años. La violencia es tan común que se ha vuelto parte de nuestra rutina diaria. Jamás volveré a vivir en la ciudad de mi infancia, ese lugar se ha convertido en la sombra de mis recuerdos. Levantes por cinco mil pesos no son tolerables, cabezas en las vías del tren no son aceptables, que el hijo de la diputada de la localidad vecina venda armas no es correcto.
No está bien, no es común, no es permisible. Veracruz no es seguro, Veracruz no progresa, Veracruz no vive, apenas se mueve de manera vacilante sobre sí mismo, temeroso de decir la palabra incorrecta, el secreto a voces, el acontecer de cada día. ¿Por qué seguimos permitiendo la pérdida de vidas, hasta qué punto tendrá que escalar la violencia, la inseguridad y el miedo para que los habitantes del estado nos atrevamos a hablar fuerte y claro, acaso no te importa la vida de tus amigos, vecinos y familiares? ¿En qué clase de humanos nos hemos convertido? ¿Por qué no obligamos a que las autoridades nos den respuestas? A veces me pregunto si en verdad somos civilizados.
Tienes toda la razón, todos,o almenos la gran mayoría de Veracruzanos prefieren callar por miedo a que algo les pase o mejor dicho, miedo a que algo les hagan. Felicidades amiga. Mas personas como tu necesita Veracruz. Te quiero.
¡Wow!, ¡wooooow!… Quisiera que estuvieras aquí, en este asiento donde comento. Porque la piel se me eriza y me da coraje y auto-culpa al leer algo que yo he pensado, pero nunca he dicho. Y no sólo yo, muchos otros que conozco. Porque así es la situación. El ambiente petrolero que se vive en Minatitlán, en Coatzacoalcos. La corrupción de los caciques que tienen el control de muchos municipios como Cosoleacaque. El robo de recurso a las zonas rurales. Chinameca, Jáltipan, localidades del mismo MInatitlán, Zaragoza, etcétera. Veracruz está lastimado desde lo social hasta lo económico. También vivo en el Distrito. Sola, y he respondido las mismas preguntas que te hacen. No es justo, tienes razón. El miedo es un arma muy poderosa, ya lo he sentido. Me da vergüenza sentirme cómplice con mi silencio y mi no actuar ante todo esto. De que cada vez que me hablan mis familiares y amigos desde mi casa de Veracruz, me digan el ya tan «usual» -¿Ya te enteraste que a fulanitx le hicieron tal cosa». O que merenganitx cerró el puesto porque no quiso dar la «cuota». Podría usar, ya, los dedos de mi mano para contarte a las personas que conocía, y que dejaron de existir a causa de levantones, de asesinato… a causa de ser veracruzanos. ¿Es acaso que todos hemos contribuido a esto?, ¿y que lo merecemos por no hacer nada?…