Por Viviana Belmonte
Yo escucho todavía los ecos de tus lejanos latidos,
y escucho todavía las canciones de tus entrañas,
tu eco distante,
aunque, a veces, las voces se hacen lejanas
y la distancia se acrecienta entre lo que es mío y mi cuerpo.
No regreso, pero estoy en ti.
Y el eco como un dios poderoso me responde:
yo también escucho tu triste cantar melancólico,
tampoco te he olvidado,
y en las noches lloro tu partida cual tormenta que llega,
que golpea la ciudad dormida, es mi canto que te llama.
Yo te arropo en tu distancia y añoro tu retorno,
te escucho llorar, pero mis brazos no te alcanzan y tú no me oyes
¡Ay, mi corazón se quiebra con tu nombre!
¿Por qué no escuchas mi llamado, por qué no me hablas?
Tu silencio acusador es el que me quiebra y condena.
Los aires soplan tu nombre,
los ecos repiten mi llanto
y recorro caminos distantes sin siquiera poder hallarte.
El mar también dice tu nombre y aún en él puedo verte,
puedo continuar mi camino y aún, si estoy lejos, sentirte.
La tierra que me habita.
La piel y mi sangre.