Mundo y otros desastres,¿Democracia en México?, número 29

La fantasía como crítica social

Por Nacho Barbosa 

La división de la literatura en géneros, sin duda, ha resultado útil y esclarecedora, aunque también  confusa. No pretendo de ningún modo alterarla, sino más bien echar luz en algunas cuestiones, según mi parecer.

Dicho esto, si existe o no existe la literatura de “crítica social” es un debate en el que no voy a participar. En cambio diré lo siguiente: que si no existe, entonces es un elemento que utilizan otros géneros en mayor o menor medida; y si existe, no tengo nada que agregar al respecto. Sea como sea, la crítica social en la literatura es igualmente una herramienta que utilizan los autores para intentar favorecer ciertos cambios sociales, económicos, políticos, etcétera.

Hasta aquí mis palabras han sido blandas, evidentes, autoevidentes incluso, y, si la lógica no me falla, diré tautológicas. Tengamos en cuenta que toda verdad es tautológica, y la mentira es lo falso (o lo que la lógica no permite). Pero lo que no niegue la verdad, si es, entonces es verdadero en cuanto a que es. Esto seguramente habrá llevado a decir a algún sofista: “No existe la mentira, sino tan solo la creación de nuevas verdades”.

Hablemos ahora de la fantasía en todas sus formas, y diré: La fantasía es la crítica social llevada hasta sus últimas consecuencias.

En verdad, consecuencias tan lejanas que no temen persecución ni censura alguna de ningún gobierno (excepto en casos tristísimos). Antes temen el ridículo, si es que no son tan atractivas. Y, por supuesto, estoy hablando de la fantasía cuando está totalmente depurada de aquello que llaman con utilitario criterio, “crítica social”.

¿No es acaso la fantasía la crítica más triste y melancólica que se le puede hacer a una sociedad, sea cual sea? ¿No sabe acaso el autor fantástico que la subida o baja de los impuestos, por ejemplo, es irrelevante? Sí que lo sabe. Y dice: “Todo cambio, en cualquier parámetro, medido por economistas, por sociólogos, o por cualquier estudioso, sea este cambio positivo o negativo, es mínimo, es temporal e inestable, es reversible; y, lo peor de todo: está enmarcado entre unos máximos y mínimos que son inmutables y terribles en su asfixiante contemplación”.

Por eso, el autor de fantasía observa al mundo con realización de la derrota e intenta escapar y brindar vías de escape a sus lectores mediante la creación de universos alternativos, a veces terribles, violentos, terroríficos; pero, siempre que mantengan algún nivel de calidad, son mucho más atractivos que el indecoroso mundo real.

No es necesario pretender o demandar ciertos cambios para que algo sea una crítica. O digamos, no toda crítica es constructiva. Presentar una utopía, incluso una encantadora distopía, y contrastarla con una realidad gris, a pesar de que aquélla no disponga de colores dignos con los que cubrirse, es igualmente criticarla.

Se puede viajar y conocer distintas culturas, sociedades, realidades; se puede incluso leer historia; se puede decir “si tal sociedad ha cambiado de tal y tal manera, y tal otra de tal y tal manera, entonces, en algún futuro, tal vez, las cosas cambien al punto de ser tolerables”.

Sin embargo, no ha pasado todavía, y los años han sido largos.

Lo supieron los pintores de la cueva de Lascaux, y los hombres primitivos cuando narraban mentiras hechizantes y encantadoras en torno a los fogones; bajo un cielo prehistórico lleno de estrellas. Lo supo Vyasa cuando escribió el Mahabharata, y lo supo Homero al darle letra a La Ilíada, incluso si se basó en hechos verídicos. Todos los autores, creadores de universos, lo supieron.

Nadie se engaña: cualquier historia, por real que sea, si es atractiva entonces está teñida de fantasía; ya sea en forma o en contenido, y la diferencia es abismal respecto de los hechos. No interesa qué tan fiel sea el relato; y si fuera una identidad perfecta, entonces jamás podría ser tan atractivo al punto del disfrute en su contemplación (pero el propio acto de narrar destruye esa identidad y la hace imposible).

Hay, no obstante, una salvedad. Y una salvedad es todo lo que se necesita.

Consiste en la mejor narrativa de ficción que pueda existir en la historia. La designaremos respetuosamente como “la fantasía definitiva”. Es la que narra el creador de todo lo que existe; pero no previo al tiempo, no ex nihilo, sino ex ipso. Desestima cualquier premisa, olvida la causa primordial porque no interesa, y él mismo se vuelve tal estupenda cosa desde ese punto en adelante.

Ese autor fantástico, y no me refiero en absoluto al género literario, crea un universo propio y lo habita. No escapa, reescribe la realidad; luego, ya no critica. Me encantaría ahondar sobre el tema, pero me falta experiencia: yo no he escrito del universo en que vivo más que algunas pocas frases sueltas.

Sé, sin embargo, que llegará un día eterno, que se suspenderá en el éter ajeno a todo tiempo y estará pintado de los colores más obscenamente irreales en su extralimitación (veremos los tonos infrarrojos y los ultravioletas), en el cual vendrá quien se atreva a narrar una historia tan grande y magnánima como para incluir en ella a la humanidad entera, y será su salvación. Algunos, por supuesto, ya lo han intentado sin demasiado éxito.

Tal vez sus palabras no eran del todo coherentes, tal vez su caligrafía era desprolija o, tal vez, simplemente estaban escribiendo borradores para que otros retomen más adelante y, de vez en cuando, algún sabio logra descifrar sus cursivas retorcidas.

Pero digo esto, y no es profecía sino creación: “Llegará al mundo un artista, cuyas fantásticas críticas sociales opondrán a la realidad unas imágenes que abarcarán al universo entero en su reescritura, para transformar a todas las sociedades, de un solo plumazo en el libro del cosmos; y, en su derroche creativo, todos serán también creadores en una espiral infinita de meta-creación interminable, donde cada uno será creatura y creador respecto de sus colegas”.

Eventualmente, ese artista supremo, ese escritor de “la fantasía definitiva” llegará. Levantará la pluma, la apoyará en el papel, y le sangrarán los dedos. Y tendrá éxito.

 

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