Análisis político

Me parieron encierro

Por Kris Tela

 

Ilustradora: Jessica Solano

Tengo en el alma una pena oscura que nace en mi útero y sube por mi coronilla. Se eleva tanto que cada vez que miro al cielo, la recuerdo. Los rayos del tata Inti parecen dedos acusadores que abrasan mi corazón y se encienden por el suelo en todas las direcciones. Traspasan los barrotes de esta celda, de este patio enjaulado. Suben por las paredes. Las centinelas no los ven, pero yo sí. El destino me empujó un día, y otro día me hundió. Ahora lo veo, pero ya es tarde.

Hoy, la oscuridad de este calabozo es mi único refugio. No salgo a estirar las piernas como las demás; ni a beber del azul alto, ni a formar libertades con las nubes. El cielo es el espejo en el que no me quiero ver. Para mí es más castigo, porque no soy yo quien lo mira, sino que él me observa a mí. Y esos ojos me calan los huesos. Parecen ver a través de mí, como la máquina que evidenció mi delito. Si hubiera de esas máquinas para traer ante los ojos lo que hay en el corazón, sabrían que a veces una está obligada a escoger entre dos sendas pedregosas. Y la elección nunca trae la felicidad que cantaban los antiguos.

Pasa también que una nació para perderse o que otros te pierdan. Así me pasó a mí. Me metieron vida a la fuerza y por esa vida, me obligaron después a meterme muerte, a burrear la perdición. Tomaron posesión de mí desde que fui guagua. No esperaron a que despuntara mi mujer y ya me trajeron al frente para seguir con su provecho. Yo así parí un hijo, con dolor y llanto de niña. El cordón de mi hijo se me enredó en la trenza y fuimos dos niños paridos el mismo día.

¿Qué iba yo a hacer, tan pequeña y con un niño a la espalda? Rogar a los que estuvieron antes que mandaran su guía y protección para no perderme. Pero mis antiguos no me vieron, se escondieron en huacas perdidas, allá en la altura por falta de coca. Yo enfurecí, los culpé a ellos y no hice más rogativa. Así se me apunaron y no me supieron cuidar. Y por mi enojo, quizás ahora tampoco protegen a mi hijo.

Con la madre-niña que fui comenzó mi hambre, que era el hambre de todas las madres de los cuatro puntos; más honda porque llenó mi boca y la del hijo que nació de mí. El hombre te preña con miseria y miseria te ofrece para acabar con ella, como el espiral que puede notarse en todas las cosas. Ahora lo veo, pero ya es tarde.

En su momento, ante mí fue el hambre o la libertad. Pero como la pobreza es también esclavitud, tomé el camino del encierro sin miseria y me equivoqué. Así pasa y por eso lo digo ahora, para que se escuche mi historia y sea claridad en momentos oscuros, como la piel de muchas de las que están aquí, aunque ellas lo nieguen cuando las llaman “negras”. Cuando eso pasa yo me río para mis adentros, porque su lengua es más oscura que la palabra que sale de sus labios morenos.

Todas aquí somos mujeres, pero ninguna es dueña de sí misma. Mi mujer nunca fue mía. Siempre fue de otros: de mi padre, mis hermanos, del que me preñó, de mi hijo, del traficante. Dueños otros de lo que por derecho era mío. Ahora lo veo, pero ya es tarde. Ahora soy de los que me encerraron aquí.

Soy de otros hombres que piensan que con sus máquinas descubren la maldad y el crimen. Hombres que vieron en mi interior los hijos de todas las cocinas esas donde llevan la hoja de coca, que en la altura es vida, y la convierten en polvo de muerte. Me llamaron “pajarilla hueca” porque yo tuve que olvidar todo lo sagrado y guardar en mi útero los huevos muertos de los narcos. Para eso tienen máquinas, para saber qué hay dentro de una, pero esas no pueden mostrar lo que tuve que pasar ni qué me llevó a hacer lo que hice. Para ellos, es su papel escrito y sus leyes lo que importa, como si fueran dioses llenos de oro. Nadie me preguntó, en mi lengua, por mi historia. No pude entender mi enjuiciamiento y ni siquiera pude dar palabra para defenderme, porque no comprendían el habla que yo tengo por herencia y por derecho. Ahora lo veo, pero ya es tarde.

Aquí mi útero y mi cintura y mis pechos y mis trenzas les pertenecen. Ellos decidieron dejarme aquí. Soportando los rayos del sol, cortados en dos por los barrotes que se proyectan en el suelo de esta cárcel. ¡Cuántas veces me llamaron palomita! Y ahora esa palomita está enjaulada y triste.

En este lugar me llaman chola, me acusan de burra, me gritan india. Nadie sabe quién soy; los sonidos de la lengua, en este sitio, son números y mi nombre es el tres mil ciento veintidós, bordado en el bolsillo del pecho. Mi chuchoca, mi yuca y mi plato lleno, aquí son arroz y papas a la mitad. Aquí mi agüita que corre es una llave que gotea un canto triste y agónico. Aquí mi monte, mi viento y mi camanchaca, son paredes grises y ladrillos quebrados. Mi sol y mi cielo son jueces y verdugos. Mi lana y mi telar son telarañas entre los camastros urdidas entre rejas y alambres. Ni siquiera puedo decir que soy la araña, sino más bien el mosquito atrapado en su red. Toda la vida me comieron por dentro y hoy solo mi cáscara está aquí.

Mi mujer estará encerrada hasta que ya no sangre y no surja de mis adentros ni la vida ni la muerte. Cuando ya esté seca como la tierra infértil. Pero mi tortolita del corazón ya escapó y aunque vuelva a ver mi sombra entera, sin barrotes, bajo el sol; no tendré ya más mi libertad. Porque no la perdí el día que aquí me recluyeron, sino el día en que nací para otros, cuando me parieron encierro.

Esa es la pena oscura que nace de mi útero. Ahora la veo, pero ya es tarde.

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3 Comentarios

  1. Renaldo K dice:

    Muy bonito compañera me gustabla crudeza que has ido trabajando en tus textos.

    1. Kris dice:

      Gracias villano!

  2. Nancy Riquelme Nova dice:

    Kris
    Creo que es un relato desgarrador, que llega al alma y no puede dejar indiferente a nadie.¡No puede dejar indiferente a nadie!. Literariamente es muy, muy bueno. Me encantaría intercambiar literatura contigo, si te parece.
    Te felicito!!!

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